SÓLO LA RECONCILIACIÓN PUEDE CERRAR HERIDAS
Un incidente insignificante en la ciudad de Beirut, entre Yasser, un refugiado palestino que trabaja como capataz en una empresa dedicada a la renovación de la zona, y Toni, un cristiano libanés, propietario de un taller de coches, a quien le molesta tener que soportar en su ciudad y mucho más todavía en su propio barrio la presencia de quienes él considera intrusos. Yasser, está ya cansado de soportar que, mientras trabajan en la rehabilitación de una fachada, les caiga encima el agua proveniente del balcón del piso de Toni, que riega las plantas sin ocuparse de quien pueda estar debajo. Los dos hombres discuten y Yasser insulta a Toni.
Ziad Doueiri parte de este altercado entre vecinos, absolutamente trivial, que va degenerando en toda una serie de incidentes en cadena, cada uno con el tono más bronco que el anterior, para mostrar en toda su crudeza las heridas mal cerradas de una guerra civil que desgarró el país desde 1975 hasta 1990. Todos cometieron errores e injusticias y todos fueron víctimas en el conflicto. La absurda discusión ha puesto en marcha el imparable engranaje de la discordia, no ya entre dos hombres, sino entre dos pueblos que exigen reconocimiento y dignidad, pero -y eso es lo terrible- en detrimento del otro. Se inicia entonces un proceso cada vez más áspero, aunque sin maniqueísmo. No hay un bueno frente a un malo. Ninguno de los dos es «el» bueno, ninguno de los dos es «el» malo. Por eso el desenlace es imprevisible, porque no merece que haya un vencedor y un vencido.
Adel Karam, como Toni, y Kamel El Basha encarnando al palestino Yasser llevan a cabo unas interpretaciones magistrales. Por sí solos llevan adelante todo el dramático contenido de la trama argumental. Doueiri sugiere con elegancia y mesura la conclusión de que el único medio de restañar heridas y vivir en paz, es elevarse del nivel de la actitud «acción –reacción» al plano del reconocimiento del otro, el respeto y el perdón. En definitiva, tender puentes para la reconciliación, porque es el único medio de salvación para ambos pueblos.
Una magnífica película, con un relato hábil, en el que el director deja destilar poco a poco el bagaje de resentimiento y sufrimiento de los dos protagonistas, Toni, como símbolo de los cristianos libaneses y Yasser de los refugiados palestinos, y le da a la narración la intensidad de un thriller bien llevado, con un ritmo sostenido.
La historia parte de dos hombres que simbolizan dos pueblos. Pero tiene todavía una dimensión universal: La paz no es sólo la ausencia de conflictos bélicos, sino el justo reconocimiento de cada uno, el perdón mutuo y la reconciliación.
Una gran película, con interesantes temas para la reflexión.