Colombia, 1983. Virginia Vallejo, periodista presentadora de televisión, visita la «Hacienda Nápoles» propiedad de Pablo Escobar, el narcotraficante jefe del Cartel de Medellín. Desde el primer instante se sintieron mutuamente atraídos e iniciaron una tormentosa y apasionada relación que duraría cuatro intensos años. Veinte años después, cuando ya Escobar había muerto, Virginia publicó el libro, autobiografía sobre su relación amorosa entre 1983 y 1987, que ofrece una visión inédita sobre el rey de los narcos. Ella lo conoció en la intimidad y fue testigo presencial de las decisiones y órdenes del terrible delincuente que inauguró el tráfico de drogas a gran escala, fue un maestro en el lavado de divisas y llegó a tener una influencia decisiva en la política de su país. Vallejo acabó exiliándose a los Estados Unidos -donde reside en la actualidad- por temor a su seguridad física. El mismo Escobar había intentado acabar con su vida y había recibido todo tipo de amenazas por haber declarado contra la mafia colombiana y el cartel de Medellín.
Sin embargo, a pesar de que el guion está basado en el libro de Virginia Vallejo, en la práctica la trama no está enfocada desde ese punto de vista, si exceptuamos la voz en off de la protagonista, excesiva por reiterativa, que tampoco acaba de funcionar como guía de la historia. Lo que hubiera podido ser la única originalidad queda, pues, diluido y la película se convierte en una obra más sobre Escobar, que, incluso, llega tarde, tras la película de Andrea Di Stefano, Escobar: Paraíso perdido (2002) y la serie de TV, Narcos.
Al personaje de Virginia le falta profundidad y ni tan siquiera se entiende al final su frase que daría título a su libro, «Amé a Pablo, odié a Escobar». En ningún momento parece «amar a Pablo» y más parece una mantenida deslumbrada por la inmensa riqueza de su amante; ni, mientras disfruta de los beneficios del lujo que tanto le agrada, se diría que se cuestiona la procedencia y menos aún «odia» a su protector. Nadie podría sospechar, con la actuación de Penélope Cruz, que la periodista que encarna fuera algo más que un físico atractivo, que se lucía en los noticiaros de televisión. Javier Bardem -que tuvo que engordar varios kilos para el papel- consigue bien dar la impresión de la falta de escrúpulos que brotaba de Escobar y del áurea de terror que lo envolvía. También se ve cómo era adorado en los ámbitos más pobres, porque los protegía más y mejor que el gobierno de la Nación, mientras era odiado por unos políticos que no sabían bien cómo plantarle cara. Pero en general, tampoco el personaje acaba de quedar bien perfilado.
El formato panorámico es muy adecuado para contener la amplitud de los escenarios naturales, y hay escenas realmente extraordinarias, como el aterrizaje de un avión en la autopista. Tiene también algún punto interesante, como cuando critica la doble moral de los Estados Unidos, que miran para otro lado con la mafia italiana porque sus beneficios se quedan en el país, mientras se rasgan las vestiduras con la cocaína que procedía de Colombia, porque el dinero pasaba la frontera.
Con Amando a Pablo, odiando a Escobar, queda muy lejos la fuerza de Aranoa en su cine social (Barrio, 1998, Los lunes al sol, 2002) y se queda en una película prescindible.