[Crítica cedida por Pantalla 90]. Un relato fuerte y dramático de pasión, violencia y traición que cuenta la historia de cuatro vidas entrelazadas en el ajetreo y el bullicio del parque de atraccciones de Coney Island, en la década de los 50:
- Ginny, una actriz fracasada que trabaja actualmente como camarera, con una existencia anodina y que se aburre junto a su marido al que ha dejado de amar. A sus 40 años sigue siendo hermosa, y, aunque alberga pocas ilusiones sobre su futuro, en el fondo, no ha renunciado a sus sueños de volver al teatro. Vive bastante amargada, con mucha confusión sobre su vida. Por si todo eso fuera poco, tiene un hijo de su primer matrimonio, que no hace más que crearle problemas por su piromanía.
- Humpty, encargado de un tiovivo y marido de Ginny es un buen hombre pero bastante ordinario, con afición a la bebida y arrebatos de violencia.
- Caroline, la hija díscola de Humpty que se ha presentado en casa de su padre a esconderse de una banda de gánsters que la persiguen.
- Micky es un joven y apuesto socorrista de playa, que sueña con ser dramaturgo. Es el narrador del relato. Con este acertado recurso del narrador omnisciente, Allen consigue dar fluidez al guion e introducir numerosas referencias teatrales (Shakespeare, O’Neill, la tragedia griega…), que acaban dando hondura de sentido al hilo argumental. Micky es sobre todo un profundo admirador del teatro de O’Neill, cuyos personajes suelen acabar cayendo en la desesperación.
La falta de esperanza es una clave importante para entender el desarrollo de la trama, una historia sombría e inquietante que presenta a menudo el aspecto de teatro filmado, que acaba derivando en una pequeña tragedia, ocasionada por las decisiones equivocadas de unos personajes torpes, no, como en la tragedia griega, por un destino implacable que se cerniría sobre ellos. Sin embargo, la película acaba dejando en el espectador la oscura impresión de que no hay esperanza para el ser humano, cualquier ilusión es efímera e irremisiblemente aboca en el vacío. Uno puede llegar a lo más alto y conseguir ver el mundo desde su atalaya, pero tarde o temprano irremediablemente se empieza a caer hasta ras de suelo. Es el «wonder wheel» de la vida, la noria que no deja de rodar.
En el centro de la intriga, el personaje central es Ginny, una mujer desnortada, inestable y ligeramente alcoholizada, a la que el maestro Allen consigue nimbar de una majestuosa amarga tristeza como un ser herido por un destino trágico. Micky, joven y guapo, y, sobre todo, enormemente atractivo por sus aspiraciones literarias, la seduce con facilidad y ella deja todo para correr tras el ensueño de que algo puede cambiar en su vida. No es fácil encarnar a esa persona quebrada por sus propios errores y todavía capaz de ilusionarse por una quimera, pero Kate Winslet lo consigue de forma extraordinaria con una actuación brillante y luminosa. Su intensidad en la piel de Ginny consigue mantener la tensión de la película, que, en sí misma, adolece a veces de una cierta irregularidad en el ritmo. James Belushi realiza también un trabajo excelente como el marido tosco, pero buena persona en el fondo; Justin Timberlake y Juno Temple resuelven bien sus papeles y el resto de actores están más que correctos. En conjunto, el elenco realiza un gran trabajo.
La música, como no cabría esperar menos en una cinta de Woody Allen, es magnífica, con canciones e la época muy bien seleccionadas para cada momento y cada situación. La ambientación de los años 50 es impecable, pero donde el film brilla de modo excepcional, es en la fotografía del triplemente oscarizado Vittorio Storaro. Su paleta de colores es de una extraordinaria riqueza, con unos tonos ocre que tiñen las imágenes de un halo de suave nostalgia, casi de melancolía. Otras veces, la luz y los colores vivos constituyen un elemento crucial de la película en instantes intensos del relato.
Aunque alejada de las mejores obras del director de Manhattan, es una buena película, que acaba dejando un sabor agridulce. Dulce porque permite pasar un buen rato con unas historias humanas entretenidas -aunque desiguales- , y supone un auténtico deleite para el oído y para la vista. Y por encima de todo, aun siendo una obra mediana de Woody Allen, no deja de ser una lección de buen cine del maestro indiscutible.