[Crítica cedida por Pantalla 90]. La joven y famosa actriz Young-hee viaja a Hamburgo para superar una fallida historia de amor con un director de cine, un hombre casado mayor que ella, que no se ha decidido a dejar a su familia y seguir a su amante. En esa ciudad pasa un tiempo con una amiga e incluso se plantea quedarse a vivir allí, puesto que no ha dejado a nadie tras ella. Pero después de un tiempo regresa a Corea, donde visita a algunos conocidos y sigue arrastrando sin rumbo su soledad. Su desilusión por el fracaso vivido se hace cada vez más destructiva para ella, porque suele beber hasta embriagarse. Entonces, su amargura y autocompasión le suben hasta la garganta y no puede por menos que lastimar de forma cruel a las personas de su entorno, a las que lastima con sus palabras hirientes. Finalmente toda su tristeza destructiva estalla de forma patética en una cena con su antiguo amante y su equipo de rodaje.
La película, que puede tener una referencia autobiográfica, ya que el mismo Hong Sang-soo tuvo una tormentosa relación extramatrimonial con la actriz Kim Min-hee, que interpreta a Young-hee, está dividida en dos capítulos explícitamente numerados y separados por una transición bastante larga que corta ambas partes. Como es habitual en él, el director coreano nos sumerge en un juego de espejos y de dobles oportunidades, nada fáciles de captar, como ya vimos en algunas de sus obras anteriores, como Lo tuyo y tú o Ahora sí, antes no. Con En la playa sola de noche el cineasta parece querer ofrecer una reflexión sobre el auténtico amor, y hay algunas frases prometedoras, como que para amar hay que estar «cualificado», o que el amor exige «reflexión». Es cierto que reducir el amor a mero sentimiento y sensaciones, sin aplicar lo más elevado del ser humano -la inteligencia para discernir y buscar siempre el bien del amado y la voluntad para no permitir que las pasiones egoístas desvirtúen el amor de calidad- constituye un grave error, porque así vivido, sólo como impulso instintivo, puede, sin duda, proporcionar experiencias agradables pero éstas son irremediablemente efímeras, y al final, sólo queda la tristeza del desamor. Pero Hong Sang-soo no lo dice ni lo insinúa en la película. Young-hee se limita a concluir que la gente no sabe amar. De tal modo que sus afirmaciones, que surgen de los vapores del alcohol, se quedan flotando en el vacío, no significan nada y, lógicamente, no las comprenden los personajes a quienes van destinadas como un reproche. La verdad es que también el pobre espectador tiene dificultades para seguir la línea argumental y para conseguir entender algo de lo que dice y hace la protagonista. Es un personaje de reacciones imprevisibles e inexplicables, que no sabe qué hacer con su vida, no tiene ninguna estabilidad personal ni es capaz de relaciones normales. Lo único que le interesa son sus insatisfacciones y sus rencores, y aun eso con muy poca lógica. Mira la vida y a los demás como en un espejo, en cuyo centro sólo se ve reflejada ella misma. Y acaba dejando languidecer su soledad en una playa sola de noche.
Es posible que el film llegue a gustar a ciertas personas sensibles al cine tan especial de Young-hee, a la belleza innegable de sus películas, y al trabajo soberbio de Kim Min-hee y del resto del elenco, pero, a pesar de esas cualidades, la mayor parte del público se aburrirá hasta el sopor.