Un escritor que parece haber perdido la inspiración vive con su joven esposa embarazada en medio del campo. Ella se dedica a rehabilitar la vieja casa, que hace poco sufrió un incendio, y prepara con cariño una habitación de niño. Un atardecer un desconocido llama a la puerta, pensando que era una casa de huéspedes. Se presenta como médico y se declara gran admirador del escritor. Éste, halagado, lo invita a quedarse esa noche porque ya es muy tarde. Al día siguiente, llega la esposa y se instala también allí. El escritor desatiende a su mujer y ella se siente muy incómoda con los huéspedes. A partir de ese momento, se empiezan a desencadenar una serie de raros acontecimientos que perturban seriamente la vida apacible del matrimonio.
La primera parte de la película, hasta la llegada del médico y su esposa, resulta extraña, pero cabe todavía la posibilidad de que se desarrolle una historia interesante. Sin embargo, a partir de la entrada en acción de los dos hijos del matrimonio, el film toma una deriva de terrible pesadilla. En la casa reina una densa atmósfera de terror que produce un paroxismo barroco. Cuanto sucede parece querer encerrar un simbolismo, que resulta pretencioso y cargante, sobre la creación artística y la maternidad, con todo lo que pueden implicar de fanatismo y violencia. O tal vez no sea eso lo que pretende simbolizar y sólo sea el caos de la humanidad sin rumbo. El caso es que la película naufraga y el espectador también.
Los actores están bien, pero en ese laberinto que de tan angustioso casi da risa, poco pueden hacer para salvar las dos horas de aburrimiento.