[Crítica cedida por Pantalla90]. Gran Bretaña, año 1887. Se celebran los 50 años de reinado de la Reina Victoria. A sus 68 años, la Reina Victoria del Reino Unido es una anciana achacosa, malhumorada y solitaria. La muerte en 1861 del príncipe Alberto, quien había sido, además de su esposo amado, su amigo y su consejero, supuso para ella un golpe terrible del que nunca llegó a recuperarse. Desde entonces usó el color negro en sus vestidos en señal de luto y, aun respetando las rígidas normas del protocolo en cuanto a relaciones, se encerró en sí misma marcando distancias con todo su entorno. Así es el personaje que va a presidir el banquete de celebración del quincuagésimo aniversario de su ascensión al trono, al cual asisten una gran cantidad de reyes y príncipes europeos. La Reina parece ajena a todo, come a gran velocidad cada uno de los platos que le presentan, sin cambiar ni una palabra con sus vecinos de mesa. El joven Abdul Karim ha viajado desde la India para ofrecer un presente a la reina, que ostenta el título Emperatriz de la India desde 1876 (Gurinder Chadha, en una reciente película, El último Virrey de la India, muestra los hechos que precedieron a la proclamación de independencia del país en 1947, bajo el reinado de Isabel II). Sin pretenderlo, Abdul llama la atención de la reina, quien inmediatamente lo toma a su servicio. Pronto nace entre ellos una auténtica amistad, que el círculo doméstico y el más cercano a la Reina se empeñarán en destruir. Pero, a medida que su relación se consolida, Victoria empieza a recobrar el interés por el mundo y las ganas de vivir. La amistad con Abdul tiene un visible efecto beneficioso sobre ella.
El guion es una adaptación del libro de Shrabani Basu, Victoria & Abdul: The True Story of the Queen's Closest Confidant, inspirado en hechos y personajes reales. La película está muy bien ambientada y, aunque no se detiene en los personajes históricos secundarios, todos los que aparecen están correctamente perfilados. Así se percibe perfectamente la fría relación que existe entre la Reina y Berti, al mayor de sus nueve hijos y heredero del trono. No aparecen los rasgos más característicos del personaje –era un vividor, comilón y mujeriego, que no consiguió ningún éxito en los estudios a pesar de las oportunidades de las que disfrutó-, ni se hace alusión al hecho de que su madre siempre le culpó de la muerte del príncipe Alberto, por los disgustos que le causó la conducta díscola del primogénito. Pero queda claro que entre madre e hijo hay una distancia de hielo. Junto al lecho de muerte de Victoria, sólo estuvieron Berti, el mayor de los hijos y futuro rey Eduardo, y su nieto mayor Guillermo, Káiser del Imperio alemán. Este último personaje aparece pero sin otra función en el film que la fidelidad en la ambientación. En conjunto, Stephen Frears nos ofrece un fresco muy fiel a la realidad de las costumbres de la corte británica y de cómo sucedieron los hechos que narra. Los detalles, costumbres y, sobre todo, las personas del reinado de Victoria I de Inglaterra, están bien logrados y son fácilmente reconocibles, como el secretario Sir Henry Ponsonby, entre otros.
Sin embargo la trama parece no avanzar demasiado: suceden cosas, los personajes van y vienen, pero en lo importante, que es la relación de amistad entre la Reina y Abdul, no se profundiza, todo se contempla desde fuera, sin penetrar en el interior de los personajes. O les vemos madurar la relación, fortalecer los vínculos entre ellos, crecer como personas. No hay momentos álgidos.
Lo mejor de la película es la oscarizada Judi Dench, que está sencillamente fantástica dando vida, literalmente, a una monarca que encarnó el modelo de valores férreos y de moral estricta de su época. En algunas escenas, ella sola se hace dueña la pantalla y conecta directamente con el espectador, de persona a persona, en un diálogo íntimo y confidencial, como cuando se lamenta de su soledad, o cuando, con contenida dignidad, se define y se ensalza a sí misma frente a su hijo y sus colaboradores, o sus últimas palabras en el lecho de muerte.
Las películas históricas, si están bien tratadas, siempre resultan interesantes e ilustrativas. Ésta, además, goza de la actuación inigualable de la protagonista. Pero a la fluir de la trama le falta vigor y, en lugar de acrecentar el interés a medida que avanza, va languideciendo hasta la escena final.