Biopic de la pintora folk canadiense Maud Lewis (1903-1970), cuyo nombre tal vez no sea muy conocido en Europa, pero en el Continente americano sus dibujos y pinturas coloristas, con profusión de flores y animales, alcanzaron fama a mitades del siglo XX y consiguieron un éxito de ventas. El mismo entonces vicepresidente de los EE.UU., Richard Nixon, fue un gran amante de las obras de Lewis y asiduo comprador de toda suerte de ellas.
Maud tuvo una vida muy difícil debido a una artritis reumatoide que padecía desde su infancia, que iba deformando paulatinamente su cuerpo y creándole grandes dificultades de movilidad. A la muerte de sus padres, cuando la artista contaba 33 años, se vio marginada y humillada por los únicos parientes que le quedaban: su hermano y su tía Digby. Decidió entonces alejarse de ellos y valerse por sí misma a pesar de su enfermedad. Casualmente vio un anuncio de trabajo que había puesto Everett Lewis, un cuarentón rudo y solitario que vivía en una caótica cabaña perdida en medio del campo. Había crecido en un orfanato y no sabía nada de relaciones humanas, afectos ni atenciones, pero pensó que había llegado el momento de contratar a una mujer que se ocupara de ordenar su casa y guisar para él, ya que, ocupado como estaba todo el día en los múltiples trabajos que desempeñaba para poder sobrevivir, no le quedaba tiempo que dedicar a menesteres domésticos.
Las relaciones personales de la pareja fueron turbulentas, pero ella supo labrarse su lugar en la vida de Everett. Cuando las pinturas de Maud fueron casualmente descubiertas, adquirieron pronto notoriedad y ella, sin ningún rencor, permitió que constituyeran una fuente de ingresos para lo que ya era el hogar de ambos.
Aisling Walsh y Sherry White nos acercan un personaje profundamente humano, que rezuma optimismo y sentido práctico a pesar de las circunstancias tan amargas que marcaron su existencia. Pero es sobre todo la excelente actuación de Sally Hawkins la que dota al personaje de una profunda humanidad y de un dramatismo contenido, sin caer en ningún momento en la exageración sensiblera. El personaje del insensible Everett Lewis no tiene la misma entidad, le falta hondura e incluso a veces parece incoherente. Sin embargo Ethan Hawke sale airoso encarnando a ese pescador desagradable, machista y autoritario, pero que al final, gracias al ejemplo y la influencia de la generosa Maudie, llega a ser capaz de rasgos de bondad y amor. Ambos, Maud y Everett, constituyen una pareja con la que no es difícil empatizar, si bien siempre tomando partido por Maud, aunque con una mirada comprensiva hacia Everett.
La cámara de Walsh se centra en los pequeños detalles de los pinceles deslizándose sobre lienzos y cartones, y en los primeros planos de Maudie. Ver trabajar a esa mujer con sus manos deformes y agarrotadas es, en sí mismo, un himno a la superación personal y al amor a la belleza por encima de toda la fealdad física y moral del entorno.
No es una película excepcional, pero consigue acercar al espectador la figura de una gran mujer en un cuerpo menudo, frágil y contrahecho, que supo perdonar y dotar a su vida de belleza y amor. Una historia humana interesante y conmovedora y un film entretenido.