El escritor Nathan Zuckerman (protagonista de varias novelas de Philip Roth y considerado por muchos como un alter ego del autor) acude a una reunión de antiguos alumnos del instituto. Allí se encuentra con su viejo amigo Jerry Levov, quien le da la noticia de que su hermano mayor Seymour, apodado «el Sueco», acaba de fallecer y le cuenta la dramática trayectoria de su vida, que constituye el relato de la película.
Su narración nos retrotrae a la América de los 60. El Sueco era la encarnación del sueño americano: De origen judío, triunfador como deportista en su juventud, exitoso hombre de negocios en una próspera empresa heredada de su padre, casado con Dawn, de una gran belleza aunque lejos de toda frivolidad, y con una preciosa hija, Merry. Todo es perfecto en su vida, es una familia totalmente feliz. Pero la niña tartamudea y parece que no hay que buscar las causas ni en un componente genético ni en un factor fisiológico, sino que se trata exclusivamente de un problema psicológico. Pronto comprobarán que el trastorno del lenguaje no era sino el síntoma de desarreglos psicológicos más serios, que se manifiestan en una rebeldía irracional y destructiva, que, a su vez, simboliza los conflictos sociales y raciales de la América convulsa de ese momento. Hasta que un día Merry, ya adolescente, desaparece tras ser acusada de haber participado en un acto terrorista. No hay ningún rastro de ella, pero Seymour no se resigna y no va a dejar de buscarla.
Se diría que para elaborar el guión, John Romano se ha limitado a hacer un resumen de la trama del libro de Roth, sin profundizar en la riqueza que contiene, que lo hizo merecedor de un premio Pulitzer en 1998. Al descuidar la lógica interna de la obra literaria, la línea argumental del film aparece endeble y deshilachada. Por no destripar la película, no vamos a comentar los saltos ni las casualidades bastantes inexplicables, ni vamos a hacer mención de algunos personajes que resultan incomprensibles, como si se hubieran descuidado los datos necesarios para entender su actitud y sus relaciones. Todo ello le resta hondura y emoción a una historia que, curiosamente, trata casi exclusivamente de sentimientos humanos.
En el centro de la película está la relación padre-hija, la angustia y el dolor de Seymour impregnan toda la historia. Sin embargo, a pesar de que el personaje es profundamente trágico, Ewan MacGregor tiene el acierto de encarnarlo con comedimiento y sobriedad, dejando que sea el espectador quien tome la iniciativa de asomarse a su interior. Como MacGregor, Jennifer Connelly y el resto del reparto están correctos, pero sin más. Así sucede también con American pastoral, ni apasiona ni aburre.