Alemania, principios del siglo XX. A sus 24 años, Paula Becker está decidida a dedicarse plenamente a la pintura, en contra de la opinión de su padre -que quiere que se case y se deje de sueños- y del ambiente social, que rechaza que una mujer pueda ser artista y vivir de su trabajo.
Christian Schwochow sigue la nómina de directores que han llevado a la pantalla la figura de pintores famosos (Vicente Minnelli, Maurice Pialat y Robert Altman al holandés Van Gogh; John Huston a Toulouse-Lautrec; Alexander Korda a Rembrandt van Rijn, etc.) y se ocupa en este caso de Paula Becker, muerta prematuramente a los 31 años, precursora olvidada del arte moderno, que quiere pintar los sentimientos y las emociones (expresionismo), frente a la plasmación precisa de la realidad o de la impresión que ésta provoca.
El núcleo del film es el personaje de Paula Becker, recreado por Stefan Kolditz y Stephan Suschke. Aparece como una mujer frágil pero no débil. A pesar de cuantos reprueban su pintura con severas críticas, Paula está decidida a seguir el impulso interior que la lleva a pintar a su modo personal, sin hacer caso de las enseñanzas de sus «maestros».
La narración se inspira en las numerosas cartas y en el diario íntimo de Paula, pero más que seguir una sucesión de anécdotas y episodios no especialmente significativos, se detiene en instantes importantes, decisivos para comprender la biografía tortuosa de esa mujer. Así reduce a uno sólo los viajes a París de la artista, porque lo que le interesa es la esencia, lo que supuso para ella, cómo la marcó. En París trabó conocimiento con Camille Claudel (hermana del escritor Paul Claudel), que fue la musa de Rodin, estuvo en el taller del mismo Rodin, descubrió las pinturas de Cézanne, y, en otro orden de cosas, vivió una amistad profunda con Clara Westhoff -escultora que se casó con el poeta Rainer Maria Rilke- y se entregó a los placeres de la carne, que le había negado su marido, el también pintor Otto Modersohn.
En el primer plano de la película vemos el reverso de un cuadro enorme que, prácticamente, llena la pantalla. Dos manos de mujer lo sostienen firmemente, mientras se oye la voz autoritaria del padre que habla de la imposibilidad para su hija y para cualquier mujer de convertirse en artista. Sus duras palabras son interrumpidas por el estruendo del cuadro que Paula deja caer violentamente. Todo un símbolo de la actitud inconformista y rebelde de la joven. En el último plano, tras el desenlace, el cuadro de la maternidad se impone, a su vez, en la pantalla. A la imagen del cuadro se superpone suavemente la figura no ya de Paula sino de Carla Jury, la actriz que tan magníficamente le da vida a la artista, que nos va llevando hasta las obras de Paula Becker en el museo actual, único dedicado exclusivamente a una mujer pintora.
La fotografía es bellísima, con unos encuadres que constituyen auténticos cuadros. Algunos planos son realmente espectaculares, como cuando, sobre el lago helado, vemos a Paula de espaldas, caballete al hombro y tirando de la maleta, avanzando decidida hacia su destino, hasta que acaba desapareciendo al fondo, envuelta en el claroscuro de la luz invernal.
Schwochow se ha recreado más en la biografía de Paula Becker que en su personalidad, a la que falta profundidad y sobran algunos gestos y reacciones algo histriónicos. La trama engancha -aunque la película acaba haciéndose un poco larga-, pero los personajes -a pesar de ser muy sugerentes por ser figuras históricas muy conocidas- resultan planos y apenas si permiten empatizar con ellos. Los salva un reparto muy bueno, encabezado por Carla Jury, que es la auténtica alma del film, aunque no consigue del todo ponerlo a flote.