Noviembre de 2004. La guerra de Irak está en su punto álgido. En Faluya se está librando una sangrienta batalla. En España, Javier, un joven fotoperiodista entusiasmado con su profesión, acaba de recibir una propuesta de la agencia de prensa en la que trabaja: viajar a Faluya para cubrir las noticias. Acepta entusiasmado, pero debe enfrentarse a la grave dificultad de comunicárselo a su novia y a su propia familia. Su viaje está programado para dentro de muy pocos días, el 30 de diciembre. El mismo día de Nochebuena, antes de la cena, les da la noticia. La conmoción es tan grande que consigue descolocarlos totalmente. Es como si se hubiera abierto la «caja de los truenos» del fondo de cada uno y de ella surgieran súbitamente los conflictos enquistados y los fantasmas embridados. Y de momento se resquebrajan las relaciones personales y la estabilidad de la familia.

Hay más diálogos que acción, con un planteamiento del contexto de la guerra de Irak que parece querer aleccionar al espectador sin dejarle margen de opinión, porque Andreu Castro plasma categóricamente su juicio político, con descalificaciones incluidas a personajes muy concretos de la reciente historia. Aunque uno pudiera estar de acuerdo, no resulta muy acertado el enfoque de la idea única. La tragedia se complica en exceso, se pierde en distintos enredos entre unos y otros, aunque todo está focalizado en esa cena de Navidad que, increíblemente, parece ser el centro y el principal objetivo de sus vidas.

A los personajes les falta entidad y se ahogan en una historia excesivamente compleja, carente de verosimilitud en su desarrollo y no bien resuelta al final. Sin embargo los actores están realmente excepcionales y consiguen poner a flote una película que hace aguas por todas partes. Lola Herrera, elegantísima, brilla con luz propia en medio de un buen elenco.