Turín, 1969. Massimo, unido a su madre por un amor absoluto, tiene sólo 9 años cuando ésta muere súbitamente. Las últimas palabras que le oyó pronunciar fueron: “¡Felices sueños!”. Unos días después, su padre le lleva a ver a un sacerdote que le explica que ahora ella está en el cielo. Pero el niño se niega a aceptar la realidad de la muerte de su madre.
Años 1990. Massimo, ya adulto, se ha convertido en un periodista de La Stampa. El pasado nunca ha dejado de inquietarlo, pero cuando debe vender el piso de sus padres las heridas de su infancia se abren de nuevo y se convierten en una obsesión que no logra superar.
Sin caer en ningún momento en la exageración, la película presenta el sufrimiento íntimo de un hombre atormentado por un trauma de infancia y cuya vida está dramáticamente marcada por un secreto de familia que no acaba de desvelarse hasta el final de la película. La historia se desarrolla alternativamente en tres niveles temporales: la infancia de Massimo y el drama original; una breve alusión a su adolescencia; finalmente, su vida ya convertido en adulto, con oportunos flashbacks que retrotraen a sus recuerdos introspectivos.
La primera parte de la película se centra exclusivamente en las vivencias del niño, pero después se incorpora al relato una referencia política con la presencia de Massimo en Sarajevo y con el suicidio en su presencia de un político involucrado en un escándalo financiero. Pero esas pequeñas digresiones del hilo argumental no suponen una ruptura del mismo. De igual modo la relación afectiva del protagonista con la médico que lo atendió, aunque no aporta nada sustancial y deja caer un poco el ritmo de la narración, no llega a alterar el conjunto de la tensión del film.
Es magnífica la interpretación de Valerio Mastandrea en el papel de Massimo adulto, pero nada como la mirada del Massimo niño, encarnado por un entrañable Nicolò Cabras, que ilumina toda la película. Un importante personaje de la historia es Belfegor, héroe de la serie televisiva de culto de Claude Barma «Belphégor ou le Fantôme du Louvre», cuyos capítulos veía un aterrorizado Massimo refugiado en los brazos de su madre, y que se convierte en el símbolo de sus fantasmas interiores.
El conjunto del film tiene la apariencia de un puzle que exige toda la atención del espectador para ir colocando cada segmento en el lugar que le corresponde: recuerdos de infancia, secuencias de Belfegor en la televisión, actualidad política, psicoanálisis, fantasmas interiores… Pero sólo al final, cuando se desvela por fin el secreto familiar, se consigue que encajen todas las piezas y se comprenda la totalidad de esa oda al amor filial y de reivindicación de la verdad. Y uno se queda con una lección de vida: para tener felices sueños, lo mejor es tener siempre los ojos bien abiertos para no permitir que se nos oculte nada de la verdad.