Una película excepcional, una historia verdadera, unos hechos estremecedores.
Diciembre de 1945. La guerra ha terminado. Mathilde de Beaulieu, una joven médico francesa trabaja en una unidad de la Cruz Roja en Polonia, encargada de la repatriación de los soldados franceses heridos. De súbito es requerida por una monja polaca angustiada. Ha recorrido varios kilómetros a pie, campo a través, por un paisaje totalmente nevado, hasta alcanzar el pequeño hospital para pedir ayuda. Mathilde no logra entenderla a causa del idioma, y prácticamente la echa, remitiéndola a la Cruz Roja polaca. Al cabo de un buen rato, cuando ya ha terminado su jornada, a través del cristal de la ventana ve a la misma monja que permanece rezando de rodillas sobre la nieve helada. Esta escena -una religiosa abatida por una tragedia que la supera, implorando a Dios y pidiendo ayuda a los hombres, y una médico atea que se siente interpelada a socorrer y defender la vida- es la síntesis del profundo drama que va a narrar la película y preludia las graves y trascendentales preguntas que van a surgir. Beaulieu sigue a la monja hasta un monasterio aislado en medio de un bosque y allí descubre el horror de una situación que intentan mantener secreta por temor a nuevas desgracias: casi todas las hermanas han sido repetidamente violadas por los soldados soviéticos, varias de ella están embarazadas y a punto de dar a luz todas a la vez.
La película está inspirada en el diario de Madeleine Pauliac, médico de la Cruz Roja en Polonia, Mathilde de Beaulieu en la pantalla. Anne Fontaine recrea una historia muy poco conocida hasta ahora y delata la crueldad de la violencia sexual como una destructiva arma de guerra, pero lo hace con objetividad, sin frivolizar los acontecimientos ni caer en el morbo de las escenas de violaciones, para centrarse en el conflicto existencial y moral de las monjas encinta. Para ello, narra la historia con una cierta perspectiva, desde el punto de vista de Mathilde. Sin embargo, para que el espectador no pierda la impresión del horror que supone una violación, aparece un incidente aunque no hay ninguna monja implicada. Fontaine lleva a cabo una meritoria labor con la cámara, con escenas sobrias y elegantes del coro de las monjas y primeros planos de sus rostros, que traslucen, sin necesidad de palabras, el desgarrador dilema entre su vocación religiosa y la forzada maternidad, fruto de la violencia más abyecta.
Lou de Laâge está magnífica como joven inexperta pero comprometida con su profesión, que consigue que las religiosas confíen en ella para poder atenderlas. Encarna a una mujer de corazón limpio, que no es creyente ni entiende la fe, pero que en su relación con las monjas y el modo en que afrontan la terrible situación, llega a vislumbrar la presencia del misterio. Vincent Macaigne está muy correcto en su papel de Samuel, el médico judío que ha perdido a toda su familia en los campos de exterminio nazis. Están también soberbias las actrices polacas, como Agata Buzek y Joanna Kulig. Sin embargo, merece mención aparte Agata Kulesza, en el dificilísimo personaje de la abadesa. Es una mujer atormentada, destruida por dentro, que quiere salvar a sus monjas a cualquier precio. Los alemanes se han ido, pero Polonia es ahora territorio comunista, en el que la religión está prohibida, las personas consagradas son consideradas enemigas del pueblo y la presencia del ejército soviético sigue siendo una amenaza para el monasterio. Anne Fontaine no la juzga, ni la acusa ni la disculpa, pero, aun sin justificar ni minimizar sus decisiones, intenta comprenderla con compasión. «Me he condenado a mí misma para salvaros», susurra totalmente desesperanzada.
Las atormentadas religiosas tienen que tomar decisiones escalofriantes: ¿Qué hacer con los niños que les nacen? En el ambiente sombrío de miseria, hambre y represión, no es posible encontrar tantas familias de adopción. ¿Deben renunciar totalmente a la vocación religiosa para dedicarse a cuidar al hijo? En una situación tan dramática, y ante la tragedia vivida, inevitablemente surgen las preguntas que pueden hacer tambalear la fe: «¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué calló?». La fe, «noventa y nueve por ciento de dudas y uno por cierto de esperanza», se queda confusa ante el silencio de Dios frente al mal y la opresión a los más débiles. La velada respuesta viene dada por el desenlace de la historia, cuando Mathilde y Sor María llevan a las hermanas la esperanza y la luz del amor. La presencia y la acción de Dios son silenciosas, pero no por ello menos reales. Son grandes temas para la reflexión.