Desmond Doss, un hombre profundamente creyente, perteneciente la «Iglesia Adventista del Séptimo Día», en plena II Guerra Mundial se alista en el ejército de los EE.UU. para ir al frente a pesar de que sus principios religiosos le impedían utilizar la violencia de cualquier tipo. Desmond era también un auténtico patriota, creía que la guerra estaba justificada y estaba dispuesto a participar en ese esfuerzo de su país en defensa de la libertad, pero con la intención de no tocar jamás un arma, sino de ayudar a los demás como sanitario. Al principio es objeto de burlas y de presiones por parte de oficiales y soldados, pero él defiende sus convicciones en toda circunstancia. En la batalla de Okinawa, demuestra su valor arriesgando su vida por salvar a 75 compañeros heridos y abandonados a su suerte en la retirada forzosa. Una historia verdadera de la que existen testimonios filmados de los protagonistas, que Gibson ofrece al final del film. Desmond T. Doss fue el primer soldado objetor de conciencia que recibió la Medalla de Honor de manos del Presidente Truman en 1945.
La construcción de la película es muy simple y el mensaje muy claro. Sin duda tendrá sus detractores por tratarse de la narración de los sucesos acaecidos a un hombre movido por sus ideas religiosas, llevada a la pantalla por un católico. Sin duda es una orientación legítima y totalmente respetuosa con la historia verdadera de Desmond Doss, pero el fanatismo no tiene ningún pudor en adoptar una actitud beligerante para acusar justamente de beligerante a quien exponga ideas o realidades que le repelen.
La primera parte, impecable en su estilo más clásico, presenta al protagonista, su infancia con una inclinación a la violencia irreflexiva, las difíciles relaciones con un padre alcohólico y violento como consecuencia de la guerra, el encuentro con la que sería su esposa y su entrada en el ejército. Pero en la segunda parte, el Gibson hiperrealista nos ofrece un auténtico film de guerra sin ahorrarse los detalles para presentar una extrema violencia: miembros mutilados, vísceras que surgen de cuerpos reventados, cabezas abiertas…, una estremecedora tormenta de furia, fuego y sangre. Por medio de largas secuencias a cámara lenta, tan del gusto del director, llega a las retinas del espectador todo el horror del campo de batalla. Pero, al mostrar la guerra tal cual es, Gibson denuncia el sinsentido de tal carnicería y resalta la figura de Desmond, un objetor de conciencia, creyente y patriota, que, sin más armas que la Biblia y su fe, vive el amor incondicional y la entrega a los demás, sin pararse a pensar si son amigos o enemigos. Sencillamente son hombres, y, por tanto, hermanos.
Andrew Garfield está soberbio en su papel de Desmond Doss, un joven que irradia inocencia y bondad. Al principio cuesta identificarse con su actitud y el espectador entiende bien la postura de sus compañeros, que no lo comprenden, y que le reprochan que en el frente la vida de cada uno depende de los otros, y, por tanto, no es lugar para individualismos. Doss no intenta convencer a nadie, ni al ejército ni al espectador, él es coherente con sus principios y sus creencias, pero no trata de imponérselos a nadie. El aspecto aniñado de Garfield ofrece muy bien la imagen contraria de un superhéroe: no necesita ni armas ni superpoderes, le basta con su fe, sus convicciones y su valor para llevar a cabo su misión. Los secundarios están también impecables, como Hugo Weaving, el padre maltratador traumatizado por la guerra del 14, los distintos soldados -Sam Worthington, Vince Vaughn, Luke Bracey, etc.-, Teresa Palmer, la novia de Desmond, Rachel Griffiths, la sufrida madre.
Es una película magnífica, intensa, que, a pesar de las situaciones desgarradoras que muestra con minucioso detalle, transmite paz y confianza en la humanidad.