Doce misteriosas naves procedentes de un mundo desconocido tocan tierra en diversos puntos del planeta. El desconcierto y el pánico se adueñas de todos los países afectados. Al principio los respectivos gobiernos intercambian toda la información, pero la alarma y la desconfianza de unos con otros es tal, que pronto cortan la comunicación entre ellos y deciden abortar la operación de relación con los tripulantes y pasar al ataque para destruir las naves. Sin embargo, la doctora norteamericana Louise Banks, considerada la mejor experta en lenguas y códigos de comunicación, se resiste a abandonar, porque ya ha conseguido empezar a entrar en comunicación con los extraños seres heptápodos.
Es una película de ciencia ficción, pero que constituye, a su vez, un drama y un thriller que mantiene constantemente la tensión al espectador. La intriga es tal, que se corre el riesgo de quedarse en la línea argumental y no prestar suficiente atención a la riqueza del contenido. El nombre de la hija de Louise, Hannah es un palíndromo, es decir, tiene las letras dispuestas de tal manera que da el mismo resultado leído de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Y así sucede también con la película, no tiene un progreso temporal unívoco, sino que ofrece diversas lecturas o interpretaciones. El argumento tiene una progresión lineal, pero la historia que se desarrolla en la persona de la protagonista abarca sin sucesión constante el presente, el pasado y el futuro. Porque, en el fondo, La llegada es también un palíndromo cinematográfico. Al principio, Louise reflexiona «Estamos tan limitados por el tiempo, por su orden…», para acabar concluyendo «Ahora no estoy tan segura de creer en principios y finales».
La primera parte de la película es muy interesante por la situación que plantea –la llegada de alienígenas a la Tierra- y por el planteamiento riguroso con que lo hace. Pero en la segunda parte, sin distender la intriga por el desarrollo de los acontecimientos, crece en complejidad y afronta asuntos tan interesantes como el valor y la función del lenguaje, y la forma de concebir el tiempo y el espacio. Al final, como colofón de todo ello, invita a hacer una revisión mental de toda la historia, para recuperar las pistas, señales y claves de interpretación que Villeneuve ha ido sembrando aquí y allá y reflexionar seriamente sobre los temas esbozados.
Los límites temporales o espaciales son propios del nivel de realidad de los meros objetos, pero en cuanto nos elevamos al nivel de las relaciones personales, dichos límites espaciotemporales se difuminan. El amor sobrevuela el tiempo y el espacio y no hay un principio y un final que lo condicione. Los límites –como las fronteras de países en la película- incomunican, separan y llevan al egoísmo y la hostilidad. Pero si caen las barreras y todos nos abrimos a la unidad, triunfa la vida. Esta lección de sabiduría es el valioso «regalo» que se le ofrece a la humanidad.
También el lenguaje se enriquece cuando nos elevamos al nivel de las relaciones humanas profundas. El lenguaje modela el pensamiento, por eso su valor no se reduce a dar concreción a términos y conceptos para servir de instrumento de comunicación. El lenguaje, que efectivamente permite pensar y formular las ideas, constituye el medio en el cual el hombre puede establecer relaciones fecundas. Por eso puede afirmar Louise que «puedes saber comunicarte y acabar soltero». Lo cual no se refiere al hecho de casarse o no, sino a no saber crear una auténtica relación humana profunda.
Denis Villeneuve lleva a cabo una excelente labor y realiza una gran película. Amy Adams está magnífica en su personaje, muy bien secundada por el resto de los actores. Sin embargo, el metraje resulta excesivo, la acción se ralentiza y las escenas acaban siendo repetitivas. No es mucho defecto para tan buen film.
Es una buena propuesta para los amantes de la ciencia ficción que no pretendan más que dos horas de entretenimiento, Pero, sobre todo, para quienes busquen en el cine interesantes temas humanos de reflexión.