El 12 de abril de 2014, Jordi Savall actuaba con su grupo Hespèrion XXI en Buchs (Suiza). El programa de su concierto Mare nostrum incluía distintas obras de los países mediterráneos.
El coro de la Scuola Vivante, un pequeño colegio del valle del Rin en el mismo cantón de San Galo, se prepara para participar en dicho concierto, con el maestro Savall y su conjunto de 18 miembros procedentes de once países. Para los niños, trabajar junto a esos músicos, poder preguntarles y escuchar sus explicaciones es una ocasión privilegiada para profundizar en el valor humanístico de la música.
Un mes después del concierto, esos mismos chicos van en viaje de estudios hasta el valle de Aït Bouguemez, llamado el “valle feliz”, en el Alto Atlas Central, 200 km al norte de Marrakech, al pueblo bereber donde está su escuela asociada, la École vivante.
En el concierto hay músicos de distintos países que se han juntado para tocar. Proceden de España, Grecia, Francia, Inglaterra, Armenia, Israel y Turquía. Esta variedad muestra la posibilidad de diálogo de las diferentes culturas, de las tres grandes religiones monoteístas alrededor del mar Mediterráneo, todos distintos, pero todos llamados a entenderse y amarse. «Al tocar, el resto no importa. Uno es hombre, una persona o un músico. No importa la procedencia». Del mismo modo, la finalidad del viaje es también que los jóvenes alumnos vean las distintas razas y modos de vida y observen lo bien que se entienden compartiendo la música.
Concierto y viaje no son, pues, dos hechos independientes que se suceden en el tiempo. Son dos ámbitos de aprendizaje interrelacionados, que actúan conjuntamente y se dan mutuamente sentido. Con los cantantes e instrumentistas los alumnos han aprendido a conocer instrumentos y, sobre todo, a descubrir el poder de la música para romper barreras y tender puentes de relaciones. Ahora, en su viaje, entran en contacto con gente que habla otro idioma, pero con la que se puede entender perfectamente con el amor y la música. «Nos entendemos sin palabras», plasma la niña en su diario. Las últimas palabras de Jordi Savall a los jóvenes alumnos suizos ilustran perfectamente el sentido profundo de la película: «Un amigo me dijo una vez: ‘Sin tener el corazón en paz no se puede vivir’. Y las únicas cosas que realmente nos dan la paz son la música y el amor».
La música supone adentrarse en el mundo de la belleza, y por tanto, del bien, de la bondad, de la unidad, de la libertad y de la verdad. La capacidad de la música para elevarnos de nivel, nos hace olvidar lo accidental y lo superfluo e ir a lo esencial de la vida, lo realmente importante. Por eso, les explica Savall, «Los sefardíes expulsados de España por la noche siempre cantaban y esas canciones les recordaban quiénes eran y podían empezar el día con nueva esperanza».
Es un documental precioso y un magnífico instrumento educativo. De forma muy pedagógica, en la película se van alternando escenas del concierto en Bush, de los diálogos de los niños con los músicos y de sus posteriores experiencias en el viaje, que van plasmando en forma de diario. Al hilo de la narración, nos da a conocer instrumentos antiguos tan interesantes y curiosos como el rebab, el qanún, el duduk, el oud…, nos deleita con melodías y voces maravillosas, nos descubre el valor de la música para establecer relaciones humanas de comprensión, paz y amor y nos enseña que lo importante no radica en los bienes de consumo que nos acaban esclavizando, sino en los valores que elevan al hombre a lo mejor de sí mismo: «El talento que Dios nos ha dado hay que usarlo y desarrollarlo constantemente», explica a los niños Gürsoy Dinçer, el cantante turco.
Debido a su corta duración, inferior a la hora, el documental no tendrá un estreno comercial en cines, pero ha sido incorporado al catálogo «Abordar Educa»: http://abordar.eu/presentacion-ambito-socioeducativo/. Es una buena iniciativa que merece no ser desaprovechada.