Basada en la biografía de Florence Foster Jenkins. Nueva York, 1940. Al heredar la inmensa fortuna de su padre, esa rica neoyoquina se dedicó a perseguir su sueño de llegar a ser una gran cantante de ópera. El problema era que, aunque ella creía que su voz era hermosa, carecía totalmente de talento para la música y desafinaba de tal modo que provocaba la hilaridad de quienes la oían. Florence no era en absoluto consciente de sus fallos, y no regateaba esfuerzos para apoyar el mundillo artístico del Club Verdi, incluso participando en un cuadro viviente como musa que descendía de los cielos, tal como hiciera realmente la auténtica Florence Foster.
Mucha gente de su entorno, atraída por su dinero, acudía a comer y beber a sus veladas del Club Verdi, y fingía estar encantada con su canto. Su marido y manager, Saint Clair Bayfield, un actor inglés frustrado, de ascendencia aristocrática pero sin dinero, estaba totalmente dedicado a proteger a su amada, lo cual significaba mantener la engañosa ilusión de la calidad de su voz. El joven pianista, Cosme Mc Moon, aunque al principio no daba crédito a lo que estaba presenciando y no podía contener la risa ante la total carencia de cualidades musicales de Florence, llegó a apreciarla de tal modo, que colaboró con el marido para hacer que la «diva» viviera su quimera como una realidad. Pero, cuando Florence decide dar un concierto público en el Carnegie Hall, Saint Clair pierde el control de la situación.
La historia de Florence Foster inspiró recientemente la Madame Marguerite de Xavier Gianolli, de tintes más trágicos que la película de Stephen Frears. Madame Marguerite sufría amargamente su soledad y la falta de amor de su marido. Frears se inclina más hacia la comedia y nos ofrece un film elegante y sensible, protagonizado por actores magníficos.
La película, que alterna las escenas cómicas y trágicas, debe mucho a su protagonista Meryl Streep, capaz de dotar a su personaje de una ingenuidad conmovedora y una gran dulzura, con la asumida tristeza del drama de su vida, y la paz de saberse querida y atendida por un marido cariñoso. Hugh Grant hace maravillas con su curioso personaje, que ama sinceramente a su esposa, a la que cuida y protege con abnegación. Aunque lleva una vida al margen del matrimonio, lo hace con delicadeza evitando ante todo poder herir a Florence. Simon Helberg es un muy buen secundario, como pianista desconcertado, superado por la realidad, pero que acaba siendo un amigo leal.
Quizá el mayor acierto de Stephen Frears sea no burlarse de los personajes ni incidir en los componentes trágicos, y contar la historia con gracia pero sobre todo con ternura, con lo que consigue una película agridulce sumamente atractiva.