La insólita pero verídica entrevista entre el Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, y Elvis Presley el 21 de diciembre de 1970, no es todavía hoy muy conocida entre la gente común. Sin embargo, la foto de ese encuentro es una de las más buscadas en los archivos de la Casa Blanca.
Todo sucedió muy rápidamente. El 20 de diciembre de 1970, en pleno vuelo Los Ángeles-Washington, Elvis Presley escribe una carta al Presidente Nixon, con la esperanza de que llegará a sus manos y le concederá la entrevista que le solicita. Su extravagante objetivo es que le otorguen una placa de “agente federal autónomo”, para poder luchar por la regeneración moral de su país, al que tanto ama.
El proceso diplomático para conseguir primero que la carta llegue a su destino y luego que Nixon acceda al encuentro es una auténtica locura de risas continuas. Al principio, Nixon no quería de ningún modo recibir al “King” en la Casa Blanca, pero acaba cediendo a las presiones y consiente a regañadientes. Sin embargo después, sentados frente a frente, parece que el irascible político y el excéntrico rey del rock van a estar de acuerdo en muchos de los puntos de los que hablan. Elvis está preocupado por la deriva de la juventud y por los ataques que reciben los Estados Unidos por parte de los comunistas, y pretende infiltrarse en los ambientes de la droga para luchar contra el tráfico de estupefacientes.
La película gira toda ella en torno a ese encuentro en la Casa Blanca. “The King” tenía entonces 35 años y estaba en la cumbre de su gloria. Nixon, de 57 años, estaba debilitado por la guerra de Vietnam y las innumerables manifestaciones que se producían por todas partes. La escena, de una comicidad muy inteligente, es divertidísima. Los vemos hablar muy seriamente del antiamericanismo de John Lennon mientras ambos comen snacks de chocolate como dos niños. La demostración de karate en pleno despacho oval es para morirse de risa.
Kevin Spacey está soberbio como Nixon, mientras que Michael Shannon nos ofrece al auténtico Elvis, a pesar de su falta total de parecido físico. Ambos están totalmente identificados con sus personajes, su forma de hablar, sus gestos, sus posturas. Eso sin hablar de los trajes y accesorios de Elvis, especialmente en le escena en el despacho presidencial, donde aparece rutilante, con un traje espectacular, un enorme cinturón dorado, una gruesa cadena de oro sobre la camisa abierta y una profusión de grandes sortijas en sus dedos.
Evidentemente todo lo que vemos en la pantalla no sucedió exactamente de ese modo en la realidad de ese 21 de diciembre, pero el conjunto sigue con fidelidad la personalidad de Elvis, su iniciativa, y la reacción no menos sorprendente del Presidente de la nación más poderosa del mundo. Sin dejar de respetar la verdad histórica, el guion busca el efecto cómico de la confrontación entre un hombre hosco y algo acomplejado por su físico y una estrella en su máximo esplendor. Ambos, cada cual a su modo, en la cima de la fama y el poder.
Se podría hablar de muchas escenas graciosas en el film, pero esto supondría estropear la sorpresa al espectador, y es una película para disfrutarla sin que nadie te la cuente.