Ed Phoerum es un brillante profesor de astrofísica y Amy es su alumna. En la primera escena, los vamos abrazarse apasionadamente en una tierna despedida en una habitación de hotel. En realidad es la última vez que vamos a verlos juntos. A partir de ese momento, su relación será a distancia, a través de sms, WhatsApp, correos, cartas o webcam, con una frenética sucesión de sonidos y pitidos del teléfono de Amy. Tras dos meses de comunicación virtual, Amy se entera de que Ed hace tiempo que está muerto. Sin embargo, sorprendentemente, la comunicación entre ellos va a continuar porque él ha organizado toda una complicada trama para mantener a su amada en “contacto” con él tras su muerte.
Ed no cree en el más allá como ámbito eterno de vida personal, pero en el fondo de sí mismo sufre la tensión natural a todo hombre: Por una parte se sabe finito, pues la vida tiene un ineludible final, para él muy próximo a causa de un tumor en el cerebro. Pero por otra, se experimenta a sí mismo como “in-finito” por cuanto sus sueños, sus anhelos no tienen límites, son también “in-finitos”. La solución al enigma de la “nada” en que considera se disuelve la vida, se la dan las estrellas, que miles de años después de muertas todavía proyectan su luz. Algo así es lo que él pretende hacer con su amada: primero ocultarle su muerte el mayor tiempo posible y luego seguir activamente presente en su vida. Paradójicamente a su creencia sobre la nada, Tornatore hace también un guiño a la metempsícosis, con la hoja que se queda pegada trémulamente al cristal de la ventana a través del que ella mira distraídamente, con el perro que se le acerca con expresión casi humana, o con el ave que revolotea sobre ella.
Lo cierto es que la actitud de Ed es ambivalente. En cierto modo parece ser tan “paternal” como para seguir cuidando de ella y ayudarla a superar la separación. Pero la red de misivas que ha organizado es tan alambicada que se convierte en un auténtico cerco psicológico sobre la joven, de tal manera que, ni aun después de su muerte, Ed pierde el control sobre ella. No es un amor auténtico, puesto que quien ama de verdad busca siempre desinteresadamente el bien del amado y, por supuesto, jamás pretende ejercer dominio sobre él.
Tornatore nos ofrece un film romántico, con un enamoramiento obsesivo, una pasión tan desmedida que pretende perdurar incluso después de la muerte. Es una buena película, con el estilo poético evocador propio de Tornatore y con una preciosa música del maestro Morricone. Sin embargo no le corresponde un argumento de la misma calidad. Al principio sorprende y hasta emociona al espectador, pero pronto desaparece la tensión de la intriga, y la interminable repetición de las mismas misivas llega a cansar. Olga Kurylenko se revela como una gran actriz, llevando prácticamente ella sola el peso de la historia. Jeremy Irons está siempre magnífico aunque en este caso su personaje sea meramente “espectral”.
Los incondicionales del drama romántico disfrutarán con La correspondencia. Al resto los dejará más bien fríos.