Cine y Valores

Maktub

Género: 
Puntuación: 
8

Average: 8 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2011
Dirección: 
Guión: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
120
Contenido formativo: 
Crítica: 

Distribuye en otros formatos (DVD): Warner
MAKTUB es un cuento de Navidad, con todos los ingredientes característicos: fantasía, ternura, lágrimas, sonrisas y mensaje de amor. Es una película que no ha perdido actualidad y que resulta muy apropiada para ver en familia, especialmente en época navideña. Narra la historia de Antonio, un chico de quince años, enfermo de cáncer pero con una enorme vitalidad interior. El destino le lleva a cruzarse con Manolo Martina, un hombre normal y corriente, casado con Bea, con dos hijos, Iñaki y Elena, empleado de banco, con una vida monótona y bastante vacía.
Justo al inicio de la película, antes de los créditos, vemos a Manolo sentado en un banco, a la intemperie bajo la nevada, con un dedo en la oreja. Una voz en off, como de un narrador omnisciente, nos da algunas claves de interpretación de la película: “Cuando en nuestras vidas, de repente, nos sucede una coincidencia asombrosa, ¿qué pensamos? ¿que es una casualidad sin importancia, o al contrario decimos ¡Maktub! ¡Era algo que ya estaba escrito! ¡nuestro destino! ¡tenía que ocurrir!?”. Hacia el final de la película, es la misteriosa enfermera Guadalupe, quien utiliza el término “Maktub”, “estaba escrito”. Cuanto nos sucede tiene un porqué y un para qué, todo tiene sentido si sabemos utilizarlo como medio para orientar bien la vida. Pero, para descubrir el sentido de cada realidad en el relato de la propia vida, al hombre le corresponde –a Manolo en este caso– dar el salto de lo inmediato urgente que puede controlar fácilmente, al nivel de la creatividad, de la “locura” que implica oír la voz de Lupita o la propia voz interior y correr el riesgo de comprometerse con el otro.
La segunda clave que nos ofrece la voz en off es el dedo en la oreja. Es un invento de Antonio para no centrarse en el dolor y la enfermedad, conseguir distraerse de las cosas malas que nos ocurren. Es una forma de burlar lo que nos hace daño en el cuerpo o en alma. En la última escena, Manolo, con el dedo en la oreja, impávido bajo la nevada, ha aprendido a vivir como Antonio le enseñó, a ser el dueño de su biografía. Y después de esta especie de introducción, empieza la historia, con el encuentro casual y la confrontación de dos personajes bien distintos, a primera vista incluso antitéticos, pero, en realidad, complementarios, Manolo y Antonio.
Manolo tiene todos los elementos para tener una vida feliz: una situación económica desahogada, una familia... Sin embargo, no sale de sí para establecer puentes de amor con los suyos. Su vida es pura rutina. Por eso, aunque él no se dé cuenta, todo se está desmoronando a su alrededor. Un hecho fortuito lo lanza por los aires, le hace perder todas las pobres seguridades en las que está instalado y aparece entonces ante sus ojos un mundo nuevo que no se explica pero que realmente existe –la gorda–, un mundo que lo altera y lo sacude. Experimenta que toda su vida rutinaria se le va de las manos. Y comprueba, perplejo, que la auténtica locura no es lo que nos trasciende y no podemos controlar –la gorda y Guadalupe–. Es su vida cotidiana, discurriendo por pura inercia, la que es un sinsentido que no lleva a ninguna parte. La película lo expresa en forma de aventura hilarante, pero no por ello menos profunda y conmovedora.
Con otra mirada, con susto e incertidumbre, totalmente desencajado de sus seguridades, se da de bruces con Antonio, un niño enfermo de cáncer. La enfermedad de otro nos conmueve pero nos provoca incomodidad, la alteración de la vida normal, y nos llama a sacudirnos la pereza interior, salir de nosotros mismos, de nuestras propias costumbres. Cuesta mirar el dolor cara a cara. Es más cómoda la indiferencia, pasar como si no lo hubiéramos visto, como si no existiera, no vaya a ser, como dice Bea en la película respecto de Elena, que uno no pueda dormir esa noche. Pero, en el hondón del alma, Manolo siente que es “como si se lo hubieran puesto en el camino. Paradójicamente, en el hecho de salir de sí para comprometerse con la enfermedad y el desvalimiento, el ser humano acaba encontrando la estabilidad en su vida.
Antonio no tiene apenas nada y lo sabe: “Soy optimista, pero no tonto”, dice él mismo. Tiene una enfermedad grave. Está solo con su madre, lejos de su familia y su tierra; tiene compañeros de hospital y un amigo, Carlitos, el entrañable dueño del restaurante mexicano; está enamorado de Linda, la hermana de una niña enferma, que no le hace demasiado caso. No es gran cosa, sobre todo porque lo que menos tiene es vida. Su situación es muy dura. Justo cuando está empezando, lleno de ilusiones y proyectos. Tiene fe y esto le da fuerza y paz interior: “Lo de arriba es un paraíso, y ahí voy derechito. Mi madre, en cambio, se quedará aquí sola, y no cree en nada, va a pensar que no existo”– dice. Pero también está lleno de ganas de vivir, y por eso tiene prisa, porque no le queda tiempo. Esta actitud no significa negar la muerte inevitable, sino llenar la vida de relaciones fecundas –añora a su abuela, a su tía Maruchi, su tierra de Canarias; daría un riñón porque Linda le hiciera caso... “¡Ahora sí que podemos decir Feliz Navidad!” –exclama alborozado.
El encuentro entre Manolo y Antonio acabará siendo beneficioso para ambos. Manolo había perdido el rumbo, el coraje de salir de sí mismo y cuidar las relaciones con su esposa y con sus hijos, la capacidad de superar su miopía y mirar hacia lo alto. Esto también se lo dice Lupita: “Veo que no andamos muy bien de fe”. Manolo, que tiene la vida a manos llenas, no sabe orientarla, y Antonio, al que casi no le queda vida, mantiene el rumbo firme. Pero no sólo Antonio y Mari Luz, sino también Carlos, Elena, Iñaqui, Bea, Raimundo, Merche, Puri... necesitan encontrarse a sí mismos. Y esto sólo puede darse en el encuentro con el otro.
Y eso es, ni más ni menos, el final feliz de un tierno, emotivo y divertidísimo cuento de Navidad... que acaba dando mucho que pensar.