Hace ya dos años que se rompió el matrimonio de Will y Eden, tras no haber superado el dolor por la trágica muerte de su único hijo. Inesperadamente Will y su novia Wira reciben una invitación de Eden y su actual marido. Cuando llegan a la casa, encuentran al resto de invitados: un grupo de antiguos amigos y dos misteriosas personas que comparten ahora la vida de Eden. La velada se desarrolla en un ambiente de suspicacias y temores, que se van haciendo cada vez más tensos hasta llegar a un desenlace estremecedor.
La incomodidad y los recelos de Will se transmiten al espectador que, como el personaje, está en continua tensión ante una peligro sobre el que no hay ningún indicio pero se sabe que está ahí oculto y amenazante. En cambio Wira está totalmente tranquila y parece no presagiar ninguna amenaza. Ella ama sinceramente a Will, conoce y comprende su inestabilidad por la amargura que le ha dejado la muerte del hijo. Por eso no se toma en serio sus avisos de una catástrofe inminente. Sin embargo, Wira no sólo no contagia su calma al espectador, sino que le acrecienta la angustia por verla tan ingenua ante un mal desconocido y todavía invisible, pero que sin duda se cierne irremisiblemente sobre ellos.
La narración no pierde el ritmo en ningún momento y no permite que se relajen la incertidumbre y el suspense de la historia, con lo cual no se le deja ningún respiro al espectador.
Los actores están magníficos en sus respectivos personajes y logran crear un entramado de relaciones llenas de interrogantes y misterios en el que al final ya no se sabe quién es quien ni que secreto inconfesable encierra cada uno. La belleza de los planos generales se va alternando con primeros planos de los rostros de cada uno de los asistentes a tan extraña celebración, para escrutar en su enigmático fondo. El resultado es una asfixiante sensación de claustrofobia teñida de terror.
Los momentos más duros, de mayor violencia, no aparecen explícitamente en primer plano, sino sólo vistos fragmentariamente a través del resquicio de una puerta, en las sombras de un pasillo, o intuidos por los ojos horrorizados de Will y Wira. Lo cual soslaya exageradas escenas gore, pero no evita la atmósfera de pavor. Cuando los personajes empiezan a correr alocadamente, presas de terror, la cámara los sigue de cerca de tal modo que el espectador siente el mismo pánico dentro de sí.
Pero más allá de un argumento inquietante, la película es una reflexión sobre el rechazo del sufrimiento, la muerte y la frustración. El hombre de una sociedad hedonista y materialista como la nuestra se queda totalmente desconcertado cuando algo que escapa a su control llega a herirle en lo más profundo de su ser. La vida quebrada por el dolor le aparece entonces impúdicamente desnuda, vacía y sin sentido. Entonces no sabe dónde buscar razones para seguir viviendo. Entonces necesita la trascendencia como última esperanza a la que aferrarse, pero como no cree en Dios, debe inventarse –o dejar que otros se lo inventen para él– un más allá a su medida, como un producto de consumo que le sirva de remedio a su problema.
Viendo el desarrollo de la historia de “La invitación” no podemos menos que recordar la frase de Chesterton: “Cuando el hombre deja de creer en Dios es capaz de creer cualquier cosa”.
La invitación
Título original:
The Invitation
Género:
Puntuación:
(1 vote)
Publico recomendado:
País:
Año:
2015
Dirección:
Guión:
Fotografía:
Música:
Intérpretes:
Distribuidora:
Duración:
100
Contenido formativo:
Crítica: