Noche del 24 al 25 de agosto de 1944. Los aliados entran en París. La suerte de la ciudad de la luz está en manos del General Dietrich Von Choltitz, que está dispuesto a ejecutar las órdenes de Hitler de volar la capital francesa. En los puentes del Sena, el Louvre, la catedral de Notre-Dame, la Tour Eiffel… potentes cargas de explosivos están listas para ser activadas. El cónsul sueco sabe perfectamente que nunca, a lo largo de su historia militar, el general ha vacilado a la hora de obedecer las órdenes de sus superiores. Sus gestiones no se presentan nada fáciles y, sin embargo, hay que intentarlo. A través de una escalera secreta, penetra en las estancias del General, en el emblemático hotel Meurice. Y empieza entre ambos un duelo dialéctico en el que, como en una partida de ajedrez, se debe emplear toda la astucia y la capacidad de disimulo, para jugar con el adversario y alcanzar la victoria sobre él.
La película, adaptación de la obra homónima de Cyril Gely, no relata hechos históricos, aunque es cierto que ambos hombres se conocieron en la vida real y que París corrió el peligro de destrucción por orden del Führer. Pero ese encuentro entre el cónsul sueco y el general alemán es fruto de la imaginación. Volker Schlöndorff logra mantener el suspense a pesar de que ya sabemos que París no saltó por los aires esa noche. Las palabras y los gestos de esos dos hombres están tan hábilmente llevados que permanece la intriga sobre cómo consiguieron finalmente llegar a un acuerdo.
Los dos personajes utilizan un lenguaje exquisitamente diplomático, pero nunca desconcertante ni menos aún aburrido. Son dos hombres muy distintos frente a frente, pero ambos inteligentes y capaces de escuchar los argumentos del otro. Nordling, hábil diplomático, utiliza toda suerte de recursos para conmover lo que de humano haya en Choltitz. El general hubiera podido no admitir la discusión y, sin embargo, permite que el cónsul permanezca en su despacho. Ambos se observan mutuamente, intentan prever las reacciones del otro. Hay momentos de viva discusión, en los que parece que el duelo ha terminado y París volará por los aires, y otros con mucho mayor sosiego en que el final de la partida está todavía por decidir.
El origen teatral de la historia es evidente, pues prácticamente no hay más que una conversación entre dos personajes en una misma habitación, pero el diseño de producción y el ritmo del guión están tan bien cuidados, que la historia atrapa desde el primer momento. Las interpretaciones de Niels Arestrup y André Dussollier son realmente magníficas y ambos consiguen hacer creíbles, cercanos y humanos a los dos personajes protagonistas.
Una película excelente, buen cine del de verdad.