Arthur Vladiminck, brillante joven universitario algo desaliñado en el vestir, ha sido llamado por el ministro de asuntos exteriores francés Alexandre Taillard de Vorms, de idelogía conservadora (De un curioso parecido físico con Dominique de Villepin, que fue ministro de asuntos exteriores con Jacques Chirac, del partido conservador UPM. Sin duda se trata de una mera casualidad...). Ante su sorpresa, al ministro quiere que entre a formar parte de su equipo como encargado de “la palabra”, es decir, de redactarle los discursos. Allí va a descubrir las interioridades de la diplomacia francesa, llevada a un ritmo frenético por ese visionario y ególatra ministro, cuyo equipo es un auténtico nido de víboras, todos siempre dispuestos a empujarse unos a otros con tal de obtener un mejor puesto. El joven Arthur va a tener que aprender a sobrevivir en ese laberinto, donde se toman las decisiones políticas de más alto nivel con más dosis de frivolidad y teatralidad que de auténtica reflexión para intentar favorecer el bien común.
La película está estructurada como si fuera un cómic, con cada tira de viñetas encabezada por un fragmento de Heráclito. Planteamiento lógico puesto que se trata de la fiel adaptación del divertido cómic “Quai d’Orsay”, de Christophe Blain y Abel Lanzac. En el film, el ministro Taillard de Vorms conserva toda la hechura del personaje del cómic y resulta auténticamente caricaturesco, con su falta de criterios y su ridícula petulancia, si bien, paradójicamente, en un momento dado, en el viaje a África, afronta con coraje y dignidad una situación incluso peligrosa para su integridad física.
En realidad, la película no pretende ser ni una denuncia ni un análisis profundo y riguroso de la forma de hacer política. De hecho, existe un equilibrio entre la ridícula figura del ministro y la eficacia de su jefe de gabinete, Claude Maupas, magistralmente encarnado por Niels Arestrup, que, con toda justicia, ha obtenido el César al mejor actor secundario por su interpretación. Tavernier nos entrega una obra tan divertida como el cómic original, que, en definitiva, no se burla de un hombre o de una política en concreto, sino de lo que es en sí mismo el poder político, cuando, por pura vanidad, solo preocupado de alimentar su ego, olvida su misión y se convierte en la patética caricatura de sí mismo.
“Crónicas diplomáticas” es una comedia inteligente, no poco alocada, que constituye una pequeña joya cinematográfica.
Crónicas Diplomáticas
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113
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