Cine y Valores

La Venus de las pieles

Título original: 
La Vénus à la fourrure
Género: 
Puntuación: 
6

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Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2013
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
96
Contenido formativo: 
Crítica: 

Un atardecer lluvioso en París. Un teatro vacío. Thomas Novachek, solo y malhumorado después de un duro día de audiciones para el papel de protagonista de su nuevo proyecto. Habla por teléfono con su novia y se lamenta del escaso nivel de las candidatas que se han presentado. Cuando está a punto de salir, inopinadamente, aparece Vanda Jordan, una aspirante que llega con retraso. Es una mujer chabacana, descarada, inculta, que le produce a Thomas un verdadero rechazo. Sin embargo, y casi por casualidad, le da su oportunidad.
Vanda, que se llama como la protagonista de la obra (Wanda von Dunajew), súbitamente se transforma de mujer burda y grosera en refinada aristócrata del siglo XVIII. Ante la gran sorpresa de Thomas, la misteriosa joven demuestra que conoce perfectamente la obra, hasta el punto de haber encontrado en ella rasgos que el mismo autor desconocía. Thomas se queda estupefacto porque está dando vida al personaje tal como él lo tiene en su imaginación.
A partir de ese momento da comienzo una especie de duelo teatral/cinematográfico entre ambos, la candidata y el autor (“más exactamente adaptador”, como se repite reiteradamente). Sobre el desvencijado escenario, que conserva el resto de los decorados de “La diligencia”, (obra inspirada en el film de John Ford y cuya protagonista, la hermosa Dallas, era también una mujer licenciosa), se levanta un símbolo fálico que anuncia que se trata de un juego psicosexual.
Los personajes se mueven en tres planos, con los límites difuminados entre ellos: 1) autor (Thomas) frente a personaje creado (Severin); 2) actor (Thomas y Vanda) frente a personaje en escena (Severin y Wanda); 3) personas reales (Vanda y Thomas). Cada uno de ellos es “ambivalente” y “ambiguo”, como dicen una y otra vez. ¿Cuánto tiene del autor el personaje de ficción? ¿O, tal vez, el ser creado es más real que su creador? ¿Quién está en escena, Severin o Thomas? (De hecho, a partir de un cierto momento, Wanda dejará de llamarle Severin y siempre utilizará el nombre de Thomas). ¿Es Vanda, Wanda o la diosa Afrodita? Por otra parte, los papeles llegan a invertirse (porque son “ambivalentes” y “ambiguos”) y Thomas acaba convirtiéndose en una patética Wanda.
La confrontación entre ambos, Thomas-Severin y Vanda-Wanda, constituye una relación cambiante de dominador-dominado, entre el desprecio y la atracción sexual. Pasiones que surgen del inconsciente dan pie a una manipulación con tintes eróticos, rozando la locura.
Emmanuelle Seigneur (esposa de Polanski) está espléndida en sus súbitos cambios de registro, muy bien secundada por Mathieu Amalric (que, curiosamente, presenta un cierto parecido físico con el director de la película). Dos solos actores en un escenario único, el teatro, con dos breves planos exteriores (entrada y salida) de un París elegante, triste y lluvioso. El resultado final es una película típicamente polanskiana, con temas que son habituales al cineasta –travestismo, humor, manipulación, erotismo, espacios claustrofóbicos, visos de locura...–, que resulta inquietante y algo sórdida, pero también inteligente, amena y hasta divertida.