Cine y Valores

Happy End

Título original: 
Happy End
Género: 
Puntuación: 
6

Average: 6 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2017
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
107
Contenido formativo: 
Crítica: 

ENTRE LA NADA Y LA PARCA

Sobre el cartel de Happy end, aparece una frase, síntesis del mismo Haneke: «Tout autour le Monde et nous au milieu, aveugles. Instantané d’une famille bourgeoise européenne». «Alrededor el mundo y nosotros en medio, ciegos. Instantánea de una familia burguesa europea». Así es, no hay historia de la familia, como no hay tampoco historias individuales; el film es una fotografía instantánea incomprometida, distante, plana, de una serie de personajes que pertenecen a la misma familia pero entre los cuales no existen realmente vínculos, son todos seres aislados, egocéntricos, fríos y falsos. Ève Laurent, una niña de 13 años, de la que sabemos, desde la primera escena, que envenenó a su madre, pero no conocemos exactamente cuál era su intención, si solo callarla o bien matarla; Georges Laurent, el anciano patriarca, que está harto de sus limitaciones y anda buscando a alguien que lo ayude a morir; Thomas Laurent, el padre de Ève, casado y con un niño pequeño, que lleva una doble vida de mezquindades y depravaciones; Anne Laurent, madre de Pierre, que lleva la dirección de la empresa familiar; Pierre, un joven conflictivo, acomplejado por la personalidad arrolladora de la madre; Anaïs, esposa de Thomas, y Toby Jones, un hombre de negocios amigo de Anne, de los que no sabemos prácticamente nada.

La trama constituye una tupida tela de araña -que es la misma vida del ser humano- en la que los personajes están enredados, irremisiblemente atrapados, y en la que se ponen de manifiesto los temas habituales del director austríaco, ante todo el nihilismo que lo impregna todo, la soledad radical del hombre, la falta de sentido de la vida; la humanidad que avanza sin rumbo hacia ninguna parte, la perversidad, las falsas apariencias, la muerte como única liberación y el derecho al suicidio a cualquier edad. Porque, en realidad, puesto que la vida carece de sentido, objetivo y valor intrínseco, la muerte es el único posible «final feliz» de una existencia, que es en sí misma absurda.

Pero, aunque los temas están agotados en el cine de Haneke y ésta es una película fallida, él sigue siendo un gran director y sabe hacer las cosas bien. En el film, hay momentos extraordinarios, como el plano secuencia en la playa de Calais, o el travelling lateral con el que vemos a Trintignant avanzando en su silla de ruedas por la calle llena de tráfico. Para mostrar al ser humano incapaz de establecer auténticas relaciones personales y que sólo ve la realidad entorno a través de su smartphone, en la pantalla abundan los mails y los textos de chats, y para acentuar la vaciedad interior de los personajes y la imposibilidad de amar, los filma de lejos. Con ello, se impide también cualquier tipo de emoción o empatía del espectador. El «todo es nada» incluye obviamente a quien, desde fuera de la historia, la contempla desde la penumbra y el silencio de la sala de cine.

La escena final, compendio y conclusión de todos los temas de fondo del film, es amarga y magnífica, con un Jean-Louis Trintignant solo frente al océano liberador. Happy end.

Sin embargo, el resultado no es una buena película y no sólo porque, tal vez, el cine de Haneke ya no da más de sí y Happy end es como una mala copia de sí mismo, sino porque, aun prescindiendo de la trayectoria anterior, la misma trama carece de solidez. Quiere hacer una denuncia de la actitud indiferente de la burguesía acomodada frente a la situación de la clase trabajadora y de los emigrantes, es decir, los poderosos frente a los esclavos -en ese sentido, Calais, donde sitúa la acción, es un lugar emblemático-, pero, del mismo modo que cuando describe a cada personaje lo presenta plano y no deja espacio para la discusión, en el caso de los oprimidos hace exactamente lo mismo. Presenta el derrumbe en la obra y alude a la víctima, pero finalmente no la muestra y cuanto sucedió queda ambiguo. Y los migrantes nunca aparecen más que en segundo plano, no hay dramas humanos personales. Pierre Laurent se presenta en la fiesta de su familia con un grupo de migrantes a los que ha invitado al banquete, pero queda patente que no es tanto por generosidad o interés social, como para importunar a los suyos. Lejos de ser una denuncia social, la escena resulta absolutamente grotesca y patética. Y uno no puede por menos que pensar que el planteamiento del cineasta es tan hipócrita como lo que parece querer denunciar en el film. Porque, si la existencia no tiene sentido y lo único «happy» es la muerte, ¿qué pretende denunciar con los migrantes, de cuyas vidas, según él, nadie se preocupa?

Haneke habla mucho para no decir gran cosa en esta película desoladora que aburre y desazona y que, al final, deja con el alma helada.