Cine y Valores

Handia

Título original: 
Handia
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2017
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
114
Valores: 
Crítica: 

10 GOYAS: ACTOR REVELACIÓN; MÚSICA ORIGINAL; EFECTOS ESPECIALES; GUION ORIGINAL; DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA; DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN; DIRECCIÓN ARTÍSTICA; MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA; MONTAJE; DISEÑO DE VESTUARIO y 2 MEDALLAS CEC: ACTOR REVELACIÓN (ENEKO SAGARDOY) Y MÚSICA (PASCAL GAIGNE).

País Vasco, años cuarenta del siglo XIX. Un caserío ancestral, llevado por un padre y sus dos hijos, Martín y Joaquín, el primero es movilizado por el ejército carlista. Unos años después del fin de la guerra, en 1843, tras la victoria de los isabelinos, Martín regresa tullido al caserío y encuentra a su hermano convertido en un gigante de más de dos metros y veinticinco centímetros. Ninguno de los dos pueden trabajar en las labores del campo y la ruina se cierne sobre la familia. Como último recurso para salvar el caserío, los dos hermanos emprenden un viaje por diversas ciudades de Europa, ofreciendo en plazas y teatros el espectáculo del «Gigante de Altzo».

Handia está inspirada en la historia real de Migel Joakin Eleizegi Ateaga (1818-1861), de Altzo, localidad cercana a San Sebastián, quien llegó a alcanzar 2,42 metros de altura (pesaba 203 Kg.) y fue considerado como el hombre más alto del Mundo. Aun hoy, en el museo de San Telmo en San Sebastián, se exhiben prendas y útiles que le pertenecieron, como unos guantes de 33 cm. o unas abarcas de 42 cm. (equivaldría a un número 63 de calzado).

La narración se estructura en episodios y tiene un desarrollo lineal, parece que avanza, aunque toda la trama queda encerrada entre las primeras escenas, con la voz en off de Martin y una sepultura vacía, que se repiten al final, para concluir la historia tal como comenzó. Todo un símbolo del círculo cerrado en el que se han movido los personajes.

El paisaje rural del país vasco, a mitades del siglo XIX, constituye toda la densidad del film. No está sólo formado por valles y montañas, el terruño es también «el caserío» con todo lo que implica. Tradiciones, costumbres y hasta las personas no son sino elementos de ese paisaje. La sumisión al padre y la fidelidad al caserío no proceden del afecto ni de una actitud creativa, son realidades intrínsecas a esa naturaleza. A menudo, se ve a grupos rezando mientras trabajan o asistiendo a la Eucaristía. Rezan, pero no son religiosos. El murmullo del rosario es como una cantinela de la misma tierra, de la que los lugareños sienten que forman parte, como las semillas en la tierra o las personas en los caseríos. La película está rodada en euskera y es de esperar que no la doblen a ningún otro idioma, porque también la lengua es una parte natural del alma del territorio.

 Jon Garaño y Aitor Arregi -directores y guionistas- han sabido imprimir una hermosa atmósfera de misterio legendario a la historia y a los dos principales protagonistas. A la exquisita forma visual, bellísima fotografía y encuadres muy cuidados, que no necesita de efectos especiales espectaculares, se une el trabajo de dos actores perfectos en sus papeles, Joseba Sagardoy, el hermano que sueña con volar lejos de los límites del caserío, al que ahogan las ansias de descubrir otro mundo, y Eneko Sagardoy, el atormentado Joaquín, que no quisiera más que poder llevar una vida sencilla y apacible en el caserío, que no le dolieran los huesos de tanto crecer, y pudiera amar a una mujer.

El drama humano es estremecedor. El padre sin duda debe de querer a los hijos, pero no vemos en él ni el más mínimo atisbo de ternura. Es como si sólo le importara el caserío, con todo lo que significa de raíces inamovibles que unen a la tierra, y Martín y Joaquín fueran meras piezas al servicio de esa causa. Por otros motivos, pero esa es la misma actitud de Martín respecto de su hermano. Le tiene cariño, pero lo ve, sobre todo, como un instrumento útil, como un medio para ganar dinero. Es decir, a pesar de buenos sentimientos, no se mueven propiamente en el nivel de las relaciones humanas sino en el nivel de los objetos, lo útil y práctico. Pero es muy difícil, si no imposible, tratar a una persona como un mero «medio para» y no rebajarla todavía más. Joaquín Eleizegi, bailando entre los gigantes y cabezudos, se siente humillado, agredido en su propia dignidad. En ese sentido, la película da que pensar sobre el tremendo daño que se puede causar, cómo se puede herir, infligir a un ser humano cuando se le trata en un nivel inferior del que le corresponde por su dignidad personal.