Cine y Valores

Gracias a Dios

Título original: 
Grâce à Dieu
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2019
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
137
Contenido formativo: 
Crítica: 

JUSTICIA Y PERDÓN PARA SANAR HERIDAS

Alexandre, católico convencido, vive en Lyon con su esposa y sus cinco hijos. Por casualidad se entera de que el padre Bernard Preynat, el sacerdote que abusó de él de pequeño, sigue trabajando con niños. Decide entonces que, por un sentido de responsabilidad respecto de la Iglesia, debe denunciar los hechos al cardenal Barbarin, en quien confía plenamente. Pero, lejos de lo que esperaba, su información no parece despertar interés y se le hace poco caso. Aunque decepcionado por la fría reacción de Barbarin, no está dispuesto a callar y se lanza a un combate para que salga a luz toda la monstruosidad que, durante tantos años, se ha pretendido encubrir. Llega a un punto en que decide dejar atrás la institución y recurrir a la justicia para que se abra una investigación.

Pronto se unen a él otras dos víctimas. Primero François, que sufrió abusos por parte del mismo sacerdote y que perdió la fe hasta el punto de convertirse en ateo recalcitrante, con un sentimiento de áspera animadversión hacia cualquier persona o realidad relacionada con la Iglesia católica. Después aparece Emmanuel, más joven que los otros dos, mucho más vulnerable, para quien la experiencia sufrida fue tan traumática y desoladora que nunca logró recuperarse. Su objetivo es romper para siempre el silencio cómplice y liberar las palabras sobre lo que han sufrido. Así va a llamarse la asociación creada por François, ‘La parole libérée’ (La palabra liberada).

La película sigue la lucha de esas tres víctimas, que consiguieron que se levantara el velo que cubría uno de los peores escándalos de pedofilia por parte de miembros de la Iglesia católica. Gracias a Dios es, pues, la inmersión de esos tres hombres en el pozo oscuro de sus viejas heridas, pero es también la denuncia de la opacidad y el silencio impuestos sobre esos hechos nefandos. Ozon presta más atención a los personajes, sus vivencias y sus traumas, que al relato de enfrentarse a la Iglesia y a la Justicia para que, por fin, se asuman responsabilidades sobre lo sucedido años atrás.

Los tres actores principales son a cual más extraordinario. Melvil Poupaud dando vida a Alexandre, el amable hombre de negocios, buen marido y excelente padre, creyente y fiel a la Iglesia a pesar de todo; Denis Ménochet como el rudo y belicoso François, dispuesto a cualquier cosa, por extravagante o insensata que sea, con tal de armar ruido y que el escándalo se haga público; y Swann Arlaud en el papel de Emmanuel, roto por dentro, quien, tal vez, poniendo por fin palabras a sus viejas heridas consiga reconstruirse. Bernard Verley es capaz de encarnar a un personaje tan complejo y aterrador como el padre Bernard Preynat, un hombre que reconoce los hechos sin vacilar, pero como si no fuera consciente de la gravedad de sus acciones. Totalmente condescendiente consigo mismo, eximiéndose de toda culpa por considerarse un enfermo al que sus superiores no supieron o no quisieron escuchar ni comprender, ni tan siquiera tiene el gesto de pedir perdón a su víctima. Martine Erhel le otorga a Régine Maire, encargada de la oficina de ayuda psicológica a las víctimas de sacerdotes, una inquietante mezcla de frialdad y benevolencia, que llega a sembrar dudas sobre su sinceridad. François Marthouret nos ofrece un ajustado cardenal Barbarin, que se mueve, en la película, entre sentimientos limpios de repulsa y horror ante la realidad que se le presenta, y una prudencia rayana en la negligencia.  

Ozon ha manifestado que no ha estado en su intención hacer una película contra la Iglesia, sino mostrar las complejidades del tema de la pederastia. Y nada nos lleva a no creer en su palabra. Sin embargo, el resultado no es tan aséptico. El plano de apertura del film muestra al cardenal, visto de espaldas, que avanza por la explanada de la colina de la Fourvière y se detiene a contemplar la ciudad de Lyon a sus pies, como una metáfora del poder de la Iglesia sobre la ciudad (Inevitablemente nos trae a la memoria al ambicioso Fermín de Pas, el personaje de Clarín, contemplando a Vetusta). La impresión que queda en el espectador es, pues, de una institución alejada del pueblo y afanosa de poder. El trabajo de François Ozon es, sin duda, contenido y equilibrado, muestra los hechos con objetividad, pero el cine no solo transmite lo que dice, sino lo que implican las imágenes y la puesta en escena.

Gracias a Dios es una buena película, pero eso no impide que forme parte de la campaña mediática y social contra la Iglesia católica. Y es bueno saber esto antes de ver la película, como conviene tener conocimiento de en qué punto está el tema en la actualidad: El cardenal Barbarin ha sido declarado culpable de haber encubierto unos hechos que él conocía. La sentencia está recurrida, pero Barbarin ha presentado la renuncia al Papa Francisco, que no se la ha aceptado. Damos tres enlaces muy esclarecedores sobre un proceso tan vidrioso:

https://www.vidanuevadigital.com/2019/03/19/el-papa-rechaza-la-renuncia-del-cardenal-barbarin-alegando-a-la-presuncion-de-inocencia/

https://www.revistaecclesia.com/el-papa-no-acepta-la-renuncia-del-cardenal-barbarin-arzobispo-de-lyon/

https://www.cope.es/actualidad/linea-editorial/noticias/caso-del-cardenal-barbarin-20190320_377644

Un tema neurálgico del film es el perdón, pero, aun siendo crucial, no se profundiza en él. «Si lo perdonas, serás su víctima de por vida», le dice a François su esposa, que también fue abusada en su infancia, en su caso por un allegado a su familia. Sin duda está confundiendo perdón con indiferencia ante el delito. El perdón está en el corazón mismo del cristianismo, es una seña de identidad el perdonar «hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22). Pero eso no significa que se relativice el pecado, pues «si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela» (Mc 9, 43), en palabras del mismo Jesús. En una actitud cristiana, el perdón brota en el corazón del ofendido en el mismo instante de la ofensa, como Dios mismo no se cansa de perdonar al pecador. Pero, para que ese perdón sea efectivo, hace falta disposición del pecador: debe reconocer su culpa y arrepentirse sinceramente de ella; pedir perdón con el firme propósito de no volver a caer y ha de asumir la responsabilidad de las consecuencias de su delito (restituir lo robado, devolver la fama al difamado…). (Contrición, confesión de los pecados y satisfacción, en el ritual del sacramento de la reconciliación). Es decir, el perdón implica justicia. Solo entonces se hace efectivo el perdón que ya existía en el corazón. La justicia y el perdón no son contradictorios sino complementarios para un cristiano.

Inevitablemente, Gracias a Dios helará la sangre de muchos católicos, no por la película en sí, sino por la realidad que muestra. Les resultarán iluminadoras y tranquilizadoras las palabras del Papa Francisco, en la reciente Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit: «Quiero expresar mi gratitud hacia quienes han tenido la valentía de denunciar el mal sufrido. Ayudan a la Iglesia a tomar conciencia de lo sucedido y de la necesidad de reaccionar con decisión» (99). Y afirma: «No hay que abandonar la decisión de aplicar las acciones y sanciones tan necesarias» (97). Bienvenida sea, pues, la película de François Ozon, aunque escueza.