Cine y Valores

El rey de los belgas

Título original: 
King of the Belgians
Puntuación: 
5

Average: 5 (1 vote)

Publico recomendado: 
Año: 
2016
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
94
Contenido formativo: 
Crítica: 

El rey Nicolás III de los belgas está en visita de Estado en Estambul cuando le llega la noticia de que Valonia ha declarado su independencia y, en consecuencia, Bélgica se ha roto y desaparecido como país. El monarca quiere regresar inmediatamente para intentar salvar a su patria de la destrucción. Pero una tormenta solar paraliza el espacio aéreo y anula las redes de comunicación. No hay, pues, posibilidad ni de volar hacia Bruselas, ni tan siquiera de hablar por teléfono.

El séquito real en Turquía está formado por el jefe de protocolo, la responsable de prensa y el ayuda de cámara de Su Majestad. A los que hay que añadir un cineasta británico, Duncan Lloyd, que ha sido encargado por el palacio para rodar un documental destinado a acercar a su pueblo una figura amable y cercana del monarca, que es más bien un hombre aburrido, taciturno e inseguro. Con la ayuda de Lloyd y de un grupo folclórico de mujeres búlgaras, el rey y su grupo consiguen fugarse. Empieza entonces para ellos una odisea a través de los Balcanes.

La película está estructurada como un falso documental que sigue el itinerario de aventuras y desaventuras de una road movie, con algunos momentos graciosos y divertidos, y otros algo más planos y repetitivos. El principio es prometedor, empezando por la broma surrealista de que es la región de Valonia la que ha declarado su independencia, cuando, en realidad el posible foco separatista belga está en el norte, en la región de Flandes. Pero enseguida la narración parece perder el rumbo y no se sabe muy bien adónde quiere ir a parar. Hay algo de ironía sobre la institución monárquica, pero acaba siendo el único vínculo que puede mantener la unión entre dos zonas geográficas presuntamente tan distintas. Por otra parte, la figura del rey Nicolás se presenta como alguien íntegro, con sentido de Estado y con un gran amor a su pueblo y a su país. Habla de separatismo, pero cuando analiza las diferencias entre los flamencos y los valones, queda patente que en unos y otros hay luces y sombras y, por supuesto, no existe ningún abismo de diferenciación insalvable. Alude indirectamente a los conflictos de los Balcanes, pero de forma muy superficial.

Tal vez, en el fondo, Peter Brosens y Jessica Woodworth no pretenden nada más que ofrecer un producto de entretenimiento, lo cual no es poca cosa. Pero falla la comicidad, tal vez porque el humor belga no acaba de funcionar con los europeos de más abajo.

A pesar de todo, la película es agradable y permite pasar un buen rato.