EL VÍNCULO MÁS FUERTE NO ES LA SANGRE SINO EL AMOR
Al regreso de uno de sus habituales hurtos, Osamu Shibata y su hijo Shota encuentran en la calle a una niña que parece no tener a nadie. Al principio, Nobuyo, la mujer de Osamu, se resiste a que la pequeña se quede con ellos esa noche, pero cuando comprueba que sus padres la maltrataban, decide ocuparse de ella. A pesar de que sobreviven con dificultades, con las pequeñas raterías que completan sus ínfimos salarios, los miembros de esa familia parecen vivir felices, hasta que un incidente imprevisto acaba revelando bruscamente sus más terribles secretos.
Los vínculos entre los cinco miembros de la familia son muy fuertes. Casi todos ellos han tenido una mala experiencia anterior y esta curiosa familia constituye para ellos una segunda oportunidad. El núcleo del relato y de esa extraña comunidad es el esfuerzo de Osamu por asumir el papel de padre y, sobre todo, la iniciación delictiva de un niño y una niña. La pareja de ladrones, Osamu y su hijo, funcionan como un dúo cómico. La cámara de Koreeda apunta sus gestos cómplices y sus movimientos rápidos y hábiles. Pero su propia sobriedad y el drama que esconde su actividad hacen que las carcajadas se ahoguen antes de nacer. Enseguida sabemos que son seres marginados que intentan sobrevivir. De ellos dos depende la subsistencia de la familia.
La pieza central de la familia es Hatsue, la abuela que acoge clandestinamente a todo ese grupo de personas, porque «no quiere morir sola». Todos los demás miembros son, a su vez, atípicos: Nobuyo, con un pasado criminal, su hermana Aki, que trabaja en un peep-show; Shota, el adolescente de manos muy diestras y ligeras, y Juri, la última adquisición. Pero, a pesar de esa rareza de cada uno, todos viven en un ambiente de normalidad y de afecto entre ellos, apiñados en ese espacio tan reducido. Los actores son magníficos, empezando por la abuela, Kiki Kirin, que fallecería poco tiempo después del rodaje; Lily Franky encarnado a Osamu Shibata; Sakura Andô, como Nobuyo; Mayu Matsuoka en el papel de Aki; y los dos niños, Kairi Jyo, Miyu Sasaki, como Shota y Juri respectivamente.
El campo de visión tiene muy poca profundidad en ese habitáculo desordenado, en el que las latas se amontonan y los fideos resbalan por la mesa. Vemos tan de cerca a los personajes, que no se nos permite distinguir qué hay detrás, ni de la casa ni del interior de cada uno de sus habitantes. De hecho, no se entiende muy bien cuál es la relación entre todos ellos, hasta que, ya muy avanzada la historia, una acción de Shota provoca la intervención de personas ajenas a la familia y no hay más remedio que dar explicaciones.
En el fondo, a cada uno de esos personajes los mueven deseos familiares: el de ser amados como hijos para Shota y Juri; el de ser reconocidos como padres, para Nobuyo y Osamu; el de la abuela, tener a alguien allegado y no morir sola. Pero en un mundo tan hostil e injusto, capaz de desplegar una tal brutalidad con los indigentes, hay que estar siempre a la defensiva y no es fácil encontrar un referente ético. Así, para Nobuyo, haberse quedado con Juri no es un secuestro porque no han pedido rescate, y Osamu no considera que los hurtos sean delito si no implican violencia con el vendedor. Sin embargo, es curioso comprobar cómo en Shota, al mismo tiempo que se va despertando el instinto sexual, le va brotando también un sentido ético, que le lleva a pensar, aunque sea difusamente, que eso no está bien. Una de las escenas más hermosas de la película muestra a toda la familia unida en la playa, en un momento de distensión del espíritu y de aflojamiento de los cuerpos. Mientras disfrutan del agua, Osamu, como un buen padre responsable, aborda el tema de la sexualidad con Shota. De todas esas vidas, se puede extraer una conclusión: la familia puede elegirse.
En el film, destaca la hondura psicológica de los personajes, que se esfuerzan por mantenerse a flote en un mundo que quiere engullirlos. Hirokazu Koreeda confiesa que el impulso que le ha llevado a hacer la película ha sido la indignación ante una sociedad injusta e hipócrita. Infancia maltratada, familias que apenas si consiguen sobrevivir, delincuencia, violencia social… Es absurdo y, sobre todo, hipócrita, hablar de familia feliz cuando se está obligado a vivir al margen de la sociedad.
Cuando Un asunto de familia se aparta del ámbito de la intimidad de los personajes y adquiere una dimensión más social y política, la crítica de Hirokazu Koreeda a la sociedad japonesa resulta tremendamente dura y hace que las nociones de justicia e injusticia, ética o delincuencia nos estallen en la cara.