Max es organizador de eventos desde hace muchos años. En su vida ha montado cientos de fiestas y empieza ya a plantearse la jubilación. Hoy es responsable de una boda de alto copete, en un castillo del siglo XVII, a las afueras de París. Como de costumbre, Max ha contratado camareros, cocineros, supervisores, una orquesta, un fotógrafo… Se ha ocupado meticulosamente de la logística para que todo sea perfecto: decoración, disposición de las mesas, adornos florales, música, fuegos artificiales… Ha cuidado hasta el más mínimo detalle para que no falle nada y la fiesta sea todo un éxito. Desde que empiezan los preparativos a mediodía, hasta el amanecer, cuando se acaba de recoger, vemos cuanto sucede «entre bastidores», a través de los ojos de los que trabajan en el evento, todos los cuales tienen algo en común: «el sentido de la fiesta», «le sens de la fête», que da el título original a la cinta.
Nakache y Toledano han reunido actores de ámbitos distintos: algunos proceden de la Comédie Française (Judith Chemla y Benjamin Lavernhe), otros directamente del mundo del cine, y hasta un humorista, Alban Ivanov. El reparto es excelente sin excepción: Gilles Lellouche divertidísimo como cantante, con una desternillante interpretación personal de Eros Ramazotti, Benjamin Lavernhe, el novio controlador y ridículo, junto a Suzanne Clément, la novia que disfruta de la fiesta totalmente despreocupada, etc. Pero cabe destacar a un Jean Pierre Bacri, inconmensurable como empresario valioso, que ama su trabajo hasta las cachas, capaz de resolver sobre la marcha las más insólitas dificultades sin arredrarse, pero agobiado por los innumerables problemas, incluso personales, que se le presentan y, sobre todo, por las presiones que le oprimen hasta el extremo por parte de una Administración sólo preocupada de sangrar al contribuyente. Entre todos esos personajes se teje una red de relaciones variadas -laborales, amorosas, malentendidos, amistad, resquemor...-, que dan lugar a una serie de situaciones muy divertidas. Olivier Nakache y Eric Toledano han cuidado muy bien los diálogos, chistosos e irónicos aunque sin caer en el exceso de burla.
Tal vez haya quien tache la historia de un exceso de ingenuidad y buenos sentimientos. Pero en eso estriba justamente su gran mérito. No importa mucho lo que sucede, sino cómo lo viven los personajes. Las escenas graciosas se suceden sin conceder un respiro, con los protagonistas en apuros, a punto de sucumbir en el desastre, del que finalmente logran zafarse con astucia, ingenio y la ayuda de los demás. Y al mismo tiempo, sin caer en la moraleja fácil, el film lleva al espectador a una reflexión social sobre lo difícil que resulta hoy ser un pequeño empresario en Francia (y, por extensión, también en España).
La película no alcanza el nivel de Intocables, pero Toledano y Nakache vuelven a hacernos reír y pasarlo bien con esta divertida comedia. Son 115 minutos de risa, pero es también una historia de solidaridad, llena de ternura y humanidad, que nos invita a afrontar los problemas cotidianos con humor e imaginación.