Hace ya cuarenta años que Daniel Mantovani abandonó Salas, su pueblo bonaerense, y partió hacia Europa, donde se consagró como escritor hasta recibir, entre otros muchos reconocimientos, el premio Nobel de Literatura. Nunca más volvió a su tierra, ni tan siquiera con ocasión del fallecimiento de su padre. Sus exitosas novelas retratan la vida de Salas con realismo despiadado, no exento de desprecio. Pero eso casi nadie lo sabe, porque, salvo muy pocas excepciones, en el pueblo jamás han leído ninguno de sus libros. Inesperadamente, un día le llega una carta del alcalde invitándolo a recibir la distinción de «Ciudadano ilustre». Sorprendentemente, Mantovani acepta la propuesta y se dispone a regresar a Salas.
El film está estructurado en cinco capítulos cuyos títulos aparecen sucesivamente en la pantalla, como si se tratara de una novela. De esta forma queda de algún modo reflejado que la historia se desarrolla entre la ficción literaria y la realidad, aunque plasmada en el cine. La primera parte de la película es graciosísima, con gags desternillantes (como el paseo con la reina de belleza, en el coche de bomberos que va haciendo sonar las sirenas), pero poco a poco la trama va creciendo en tensión, se va haciendo agria y el humor mordaz, hasta derivar lo que había empezado como una comedia divertida, hacia una comedia negra cercana al drama.
Mantovani parece querer ser un hombre coherente y sincero que denuncia la hipocresía y la utilización de la creación literaria con fines espurios, pero en la entrega del Nobel él mismo aparece como un ególatra ensoberbecido, que desprecia lo que, desde la altura de su validad, considera inferior a él. Y lo mismo le sucederá en Salas. Sin duda es cierto que en el pueblo los horizontes son cortos y las perspectivas estrechas, pero tampoco él puede presumir de una mente ejemplarmente abierta a lo más profundo y trascendente del ser humano. En definitiva es un nihilista, con una gran dosis de cinismo, que quiere aparecer como un espíritu libre, pero que, como él mismo vaticinó, después de Estocolmo, se ha quedado sin inspiración. Las raíces de las que abomina fueron en el pasado, y han vuelto a ser después de su accidentado viaje, su única fuente de inspiración. Sin esa gente a las que desprecia, su obra no brota. La realidad es necesaria para que él, el autor, la pueda convertir en relato de ficción.
Lo más interesante de la película son las relaciones que se van estableciendo entre Mantovani y cada uno de los personajes, que ponen de manifiesto las miserias de cada uno de ellos. Pero Gastón Duprat y Mariano Cohn tienen la habilidad de mostrarlos con un humor, si no benevolente, sí por lo menos agudo y divertido.