Hanna, universitaria de 19 años, sufre un desmayo mientras está interpretando una obra de teatro. La joven había padecido anteriormente una serie de enfermedades (ataques epilépticos, asma, momentos de depresión...). El médico que le hace las pruebas para diagnosticar qué le ha podido suceder, de acuerdo con los padres de Hanna, le descubre que es adoptada y que el origen de sus males son las secuelas ocasionadas por el intento de aborto de su madre biológica. Ante tan dura e inesperada revelación, siente que su vida está basada en el desamor y en una serie de mentiras, y esto hace que cuestione a sus padres adoptivos, especialmente a su padre, a pesar de que la han querido siempre con devoción.
Totalmente consternada y abatida, decide ir en busca de su madre biológica para preguntarle por qué no la quiso, por qué primero intentó eliminarla y luego se desprendió de ella. Desea ardientemente conocer hasta el más mínimo detalle de la farsa que ha sido su vida. Pero, al mismo tiempo, se pregunta angustiada si realmente tiene algún sentido, si llegar al fondo de la realidad de sus raíces le va a aportar paz interior.
El viaje en busca de la madre se convierte para ella en un itinerario personal desde la incertidumbre, la ira y la soledad interior hasta la reconciliación y el encuentro, consigo misma, con la madre que la rechazó y con los padres que, por temor, no se atrevieron a confesarle la verdad. Al principio, mientras se trata de un viaje de búsqueda a ciegas, va con un pintoresco grupo de jóvenes, en una furgoneta destartalada; pero cuando se va acercando al dolor de la verdad desnuda, cuando siente que se tambalean los cimientos de su misma persona, sólo un auténtico amigo puede estar a su lado, el fiel Jason.
Hanna lee repetidamente, con mucha preocupación, la frase evangélica “La verdad os hará libres” (Jn 8,32), a la que ha añadido un signo de interrogación. En realidad no sabe si la verdad que busca la va a liberar de sus fantasmas interiores o la va a intranquilizar todavía más. Un sacerdote al que conoce por casualidad, en una iglesia en la que ha entrado a reflexionar, le va a dar luz para analizar la encrucijada en la que se encuentra y decidir qué actitud conviene que adopte. Le hace entender que lo sabio y sensato no es conocer los hechos que han marcado nuestra vida para juzgar severamente e interpelar a los causantes, sino ser capaces de mirar con benevolencia nuestra biografía para perdonar de corazón a los que nos hirieron con su desamor y reconciliarnos con los que, aun amándonos, nos hicieron verter amargas lágrimas por su torpeza. Por eso le dice que “el perdón nos hace libres”, que es tanto como decir que sólo quien es capaz de amar sin llevar cuentas del mal, puede vislumbrar la verdad auténtica, de su propio ser personal y de los seres de su entorno. La fuerza sanadora del perdón alcanza al mismo que perdona. En el punto y hora en que Hanna toma la decisión de disculpar a los que la hicieron sufrir, su viaje iniciático toca a su fin. Ha descubierto las posibilidades de relaciones valiosas entre las personas a pesar de las debilidades y los errores, y esa experiencia de comprensión y generosidad la ha liberado de todo el peso que le oprimía el corazón.
Además de la vinculación profunda entre verdad y libertad y la disposición al perdón y la reconciliación como condiciones para el encuentro personal, la película ofrece otros temas de gran importancia para la reflexión y el diálogo, como la necesidad de escucha y flexibilidad para poder acoger el buen consejo en momentos de tribulación, las relaciones padres e hijos, la superprotección de unos y la falta de comprensión de los otros, la fe en Dios incluso cuando el dolor y la incertidumbre atenazan el alma, las relaciones limpias y respetuosas entre jóvenes, el valor de la amistad incondicional y, cómo no, el drama del aborto y la alegría de celebrar el gran don de la vida. Los dones que recibimos no se nos ofrecen como una realidad cerrada, terminada de una vez para siempre. Todo gran don –como la vida, la fe, el amor...– nos es otorgado como una tarea, pide ser acogido libremente con una respuesta dinámica y comprometida. Y, por tanto, merece ser celebrado.
Se trata de un film de tipo televisivo, inspirada básicamente en la historia real de Gianna Jessen, una activista pro-vida que, inexplicablemente, sobrevivió a un aborto salino en 1977. La historia parte de las consecuencias de un aborto y sin embargo la película resulta ser un canto a la vida y al amor. Los directores, Andrew y Jon Erwin contaban con pocos medios, pero han sabido lograr un producto técnicamente bien logrado. Tal vez algunas escenas abundan demasiado en el toque sentimental y rozan la moralina, como el diálogo con la enfermera que colaboró en su aborto, o, incluso, las letras de las canciones. No hacía falta tanta profusión de detalles, la lección de vida está implícita en la misma historia y es más eficaz si es el mismo espectador quien llega a la conclusión que si se lo cuentan explícitamente. Pero, a pesar de esas pequeñas deficiencias, en su conjunto es una buena película que deja sin aliento al espectador de principio a fin, incluyendo las inesperadas manifestaciones personales incluidas en los créditos finales.
October Baby
Título original:
October Baby
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Publico recomendado:
País:
Año:
2012
Dirección:
Guión:
Fotografía:
Música:
Intérpretes:
Distribuidora:
Duración:
97
Contenido formativo:
Crítica: